Martes 1º de Adviento
(Is 11, 1-10; Lc 10, 21-24)
Queridos hermanos:
Hoy la palabra nos llama a contemplar la irrupción del Reino de Dios. Desde la creación del mundo, el Espíritu se cernía sobre las aguas ejecutando la voluntad de Dios. Así será a lo largo de toda la Historia de la Salvación, y al llegar la plenitud de los tiempos, descendiendo sobre el Mesías, hace presente el Reino de Dios, como reino de paz, de justicia y de gozo. El Paraíso se hace presente. Se cumple la profecía de Isaías.
Cuando el pueblo se encuentra en
Egipto, cerco de esclavitud y de muerte, Dios lo levanta de su opresión y lo
lanza a la conquista de una tierra de libertad y de promisión, llevándolo sobre
alas de águila, pero una vez asentado en la tierra, su corazón se vuelve a los
ídolos y a su yugo de esclavitud. Entonces Dios que no deja de amar a su pueblo,
le envía profetas anunciándoles la gracia de retornar a la inocencia primera
del Paraíso, como hemos escuchado en la primera lectura de Isaías. Cristo, contemplando
el comienzo del cumplimiento de las promesas y la irrupción del Reino, exulta
de gozo bendiciendo al Padre por su misericordia, que revela a los pequeños, sus
misterios.
En el Espíritu, el Hijo nos revela al
Padre, se perdona el pecado y el mal retrocede dando paso a la comunión, en
aquellos que acogen la predicación del Evangelio, y retornan a la inocencia
original. Dios se hace nuestro próximo y nos llama a la familiaridad con él. El
Señor enaltece a los humildes. Anuncia la Buena Nueva a los pobres, y son Bienaventurados
los pobres de espíritu.
“El Reino de
Dios ha llegado”. Los
pequeños son evangelizados. Aquellos que se hacen tales por la fe, que hace
resonar la predicación en su corazón. Como la semilla sembrada en buena tierra,
se abre el corazón de los pequeños a la Palabra, y acogen la gracia. El pequeño
se deja conducir por el Espíritu, como Cristo mismo, y el Padre se revela a los
que son como él.
Tiempo de vigilancia sobre el corazón;
tiempo de la simplicidad, y de la humildad; tiempo de reconocerse pecador, y de
aceptar la corrección del Señor. Tiempo de alabanza a Dios por su misericordia.
Exultemos también nosotros de gozo en la Eucaristía y bendigamos al Padre por
su Hijo, de quien hemos recibido el Reino de su amor.
Que así sea.
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