San Esteban
Hch 6, 8-10; 7,
54-59; Mt 10, 17-22.
Queridos hermanos:
El protomártir Esteban viene a poner de manifiesto no sólo la negación real de los discípulos en aquel ambiente del rechazo de Cristo, sino su condición esencial frente al mundo, siempre en constante oposición a su misión: Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel. “Señal de contradicción”. Esa es la esencia de la condición del cristiano y deberá serlo en cada generación, según la visión profética del Señor: Si a mí me han perseguido, a vosotros os perseguirán. Yo al elegiros os he sacado del mundo. Si el mundo os odia sabed que a mí me ha odiado primero, porque no han conocido ni al Padre ni a mí.
Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo, y mi espíritu hablará por vosotros, dándoos una sabiduría a la que no
podrá contradecir ningún adversario vuestro; también hablaré ante el Padre en
defensa vuestra, mostrándole mis llagas gloriosas que os purifican de todo
pecado y de todo mal; os fortaleceré para que podáis perseverar hasta el fin,
en el testimonio que se os asignará para salvación del mundo y que os salva a
vosotros desde ahora: Veréis el cielo
abierto y al Hijo del hombre en pie a la derecha del Padre.
Es de destacar que Lucas le dedique dos capítulos a este
discípulo “lleno de fe y de Espíritu Santo”, elegido de entre el grupo de los
diáconos para ejercer la caridad y al que se le concede además la mayor de
todas las gracias: testificar con su sangre a Nuestro Señor Jesús en medio de
las turbulencias entre hebreos y helenistas. Caridad y anuncio son inseparables
y se corresponden mutuamente: Cristo es el cumplimiento de las profecías, al
que tienden todas las Escrituras y la misma historia de la salvación humana.
Recibe el Espíritu del Señor y junto a su sangre, ofrece a Dios el perdón de
sus enemigos, como digno discípulo del Señor crucificado por él.
Así
se propagará su testimonio precioso por el mundo griego y llegará hasta
nosotros, que lo recibimos unido a la emoción navideña del “Niño” recostado en
un pesebre: Pajas y maderos que envuelven glorias y amores eternos. Como dijo
Tertuliano: «Nosotros nos multiplicamos cada vez que
somos segados por vosotros: la sangre de los cristianos es una semilla»
(Apologético, 50,13). Con Esteban hacemos presente al Señor que nos acompaña
siempre con su cruz, levantada y gloriosa desde la cuna hasta el sepulcro.
Que así sea.
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