Sábado 33º del TO
Lc 20, 27-40
Queridos hermanos:
Hoy la Palabra nos invita a fijar nuestra mirada en la vida eterna de la Resurrección, de la cuál tenemos ya por la fe, una “esperanza dichosa”, porque será una vida con Cristo en Dios. Pero esta esperanza no todos la comparten porque “la fe no es de todos”, decía san Pablo: No todos comprenden las Escrituras ni el poder de Dios (cf. Mt y Mc), y el Maligno se sirve de aquellos a quienes ha engañado, para atacar nuestra esperanza y tratar de destruir nuestra fe. Necesitamos por lo tanto ser “consolados y afirmados en toda obra y palabra buena” en el combate contra el Maligno y en la misión del testimonio que supone la vida cristiana. Así, podremos alcanzar a ser dignos de la Resurrección y de tener parte en el mundo venidero, en el que no existirá la muerte, como nos ha dicho el Evangelio, sino los hijos de Dios; los santos, viviendo en el servicio del Señor. Una vez recuperados nuestros miembros, viviremos en la comunión de los santos, en una unión virginal con el Señor que se nos entregará totalmente en la posesión de la visión, haciéndonos un solo espíritu con él.
En
efecto, Dios creó a los ángeles, espíritus puros, pero al hombre quiso hacerlo
con la capacidad de colaborar con él en la creación de otros hombres; con la
capacidad de transmitir la imagen de Dios que había recibido, hasta que se
completara el número de los hijos que Dios quiso llevar a la gloria (cf. Hb 2,
10): “muchedumbre inmensa que nadie podía
contar” (Ap 7, 9), y para eso lo hizo fecundo, dándole un cuerpo sexuado.
Cuando se complete el número de los hijos de Dios y ya no puedan morir, la humanidad
dejará de procrear, y seremos como ángeles en los cielos.
Ahora mientras perdura este “hoy”,
estamos llamados a dar razón de nuestra esperanza, afianzados en la palabra
buena del Evangelio y en la obra de la evangelización, por nuestro Señor
Jesucristo que nos ha amado y consolado gratuitamente. El nos guardará del
Maligno y nos sostendrá en el combate, con la tenacidad de Cristo, en su amor.
Por la fe, vivimos en la esperanza
dichosa de la vida eterna, que nos ha sido prometida, y está operante en
nosotros, pero que recibiremos en plenitud en la Resurrección, y que la
Caridad, visibiliza ya ahora como garantía de la vida nueva recibida de Cristo,
por la efusión del Espíritu en nuestros corazones, y la comunión con su cuerpo
y su sangre en la Eucaristía. “Sabemos
que hemos pasado de la muerte a la vida, en que amamos a nuestros hermanos”.
Que así sea.
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