Miércoles 32º del TO
Lc 17, 11-19
Queridos hermanos:
Todas las gracias que el Señor nos
concede, lo son en función de la fe que salva, como en el caso del leproso, que
ha reconocido a Dios en el amor de Cristo y que habiendo sido curado como los
otros, ha sido el único que ha escuchado: “Tu fe te ha salvado”.
La palabra de hoy es una invitación a
dar gloria a Dios por todos sus dones, pero sobre todo por Jesucristo, en quien
hemos obtenido el perdón de los pecados, cambiando los derroteros mortales de
nuestra existencia en senderos de vida. Con él, todo es gracia para nosotros de
parte de Dios, y como agraciados que somos, debemos ser agradecidos, dando
gratis de lo que gratis hemos recibido.
Un samaritano, figura de los gentiles
curados de la lepra, vuelve a dar gracias por la curación, que como en otros
casos del Evangelio, son gracias instrumentales en función de suscitar la fe
que engendra amor y salvación, visibles en el agradecimiento y la alabanza a la
gratuidad del amor de Dios.
Al igual que la fe que salva, la
curación busca la salvación suscitando la fe que engendra amor. Cuando la
suegra de Pedro fue curada, se puso a servir; cuando el endemoniado fue curado,
fue enviado a testificar a los de su casa; los leprosos curados fueron enviados
a evangelizar a los sacerdotes.
También nosotros que estamos siendo
curados de nuestra lepra por el Señor, somos invitados a pasar de una relación
utilitaria e interesada propia de la religiosidad, al obsequio de la fe, por el
reconocimiento de la gratuidad de su amor, que se hace exultación agradecida en
la Eucaristía, y a dar gratuitamente lo que tomamos de esta mesa, testificando
la Buena Noticia del amor gratuito recibido de Dios, a todos los hombres.
La curación se les concedió condicionada
a la confianza en la palabra de Jesús, que les instaba a actuar antes de ver la
curación. La salvación, en cambio, como discernimiento del amor de Dios en
aquel acontecimiento, y como gratitud que lo glorifica mediante el testimonio. No se trata sólo de obedecer la
orden del Señor y quedarnos en la frialdad de una relación del cumplimiento,
sino de saltar de gozo y de agradecimiento en nuestro corazón por la ternura de
su desmesurado amor.
Quizá nuestro problema esté en
contentarnos con los dones de Dios, e incluso creernos merecedores de todo, y
no buscar al Dios de los dones, con lo que nuestra esperanza comenzaría y terminaría en esta tierra. Nuestro tesoro sería
la carne y nuestro espíritu estaría incapacitado para elevar a Dios nuestro
corazón en el amor.
A Dios que se nos revela en el amor, le
aceptamos sus dones, pero no le ofrecemos el obsequio de nuestra mente y
nuestra voluntad; no le rendimos el corazón mediante la fe.
Una vez más se pone en evidencia la
dureza de corazón y la incredulidad de su pueblo, que viene a interpelarnos a
nosotros acerca de nuestras actitudes en relación al amor gratuito de Dios.
“Yo
quiero amor, conocimiento de Dios”
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