PENSANDO EL CIELO
1
Nada
más oportuno para introducirnos en el espíritu del Adviento, que elevar nuestro
pensamiento al Cielo con estas reflexiones, siendo él, quien se nos acerca en
Nuestro Señor Jesucristo, que viene para ganárnoslo eternamente. Comencemos con
una mirada concatenada de las Escrituras, que nos sitúe ante el objeto de
nuestra “esperanza dichosa”:
“Seremos arrebatados en los aires y hasta la
muerte cederá el paso a la transformación que nos convertirá en luz en el
Señor, y estaremos siempre con él. Los sufrimientos del tiempo presente no son
comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Pues la ansiosa
espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La
creación, en efecto, fue sometida a la caducidad, no espontáneamente, sino por
aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la esclavitud de la
corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. La
creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo
ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros
mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo.
Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también nosotros apareceremos
gloriosos con él. Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado todavía
lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él,
porque le veremos tal cual es. Esperamos, según nos lo tiene prometido, (el
Señor) nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia. Y así
suspiramos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra
habitación celeste. Somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como
Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará nuestro pobre cuerpo a imagen
de su cuerpo glorioso, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las
cosas. ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor! Por quien hemos
obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta gracia en la cual nos
hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.
Dice san Pablo que la transformación gloriosa a la
que estamos destinados al final de los tiempos para ser recibidos en la
bienaventuranza, eludirá para quienes permanezcan con vida en aquella hora, el
trámite de la muerte física, mientras los ya fallecidos recuperan sus cuerpos
resucitados, para que unidos vayamos al encuentro del Señor.
Mientras tanto debemos aceptar la precariedad de
esta vida, consecuencia del pecado, pero con la esperanza de la liberación en
Cristo y de la regeneración de la creación, cuando sean creados “cielos nuevos
y tierra nueva”.
Lo que ya ahora hemos recibido, por la fe, gracias
a la misericordia de Dios, en Cristo, se manifestará entonces en la
glorificación de la resurrección, y podremos contemplar maravillados lo que
significa ser “hijos de Dios”, y que ya se nos ha mostrado en Cristo
resucitado. Se nos revestirá como dice san Pablo de una “habitación celeste”,
no tanto entendida como lugar, cuanto como una forma de vida celestial concorde
a la ciudadanía que hemos heredado por nuestra fe; don gratuito que agradecemos
a Dios con nuestro amor.
www.jesusbayarri.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario