PENSANDO EL CIELO II

PENSANDO EL CIELO

2


          Días atrás cuando comenzó a rondarme el impulso de reflexionar acerca de la Vida eterna del Cielo, no acertaría a saber por qué, pero lo fui posponiendo, al pensar que apenas poseemos conocimientos al respecto, salvo algunas alusiones del Evangelio, expresiones del Nuevo Testamento y testimonios de los místicos, o experiencias del más allá de la muerte que nos cuentan personas de la más variada condición. Sabemos por la fe, de su existencia y tenemos noticia de algunas de sus características fundamentales, pero no deja de ser algo lejano y en consecuencia poco atractivo y seductor, y más bien se hace de él algo excesivamente banalizado e incluso ridiculizado desde opciones que pretendiendo ser humanistas, ignoran tristemente una de las ansias más profundas del espíritu humano, intentando sustituirla por la exclusiva satisfacción de las necesidades corporales, con lo que se cercena la grandiosidad personal, cuando es amputada su trascendencia.

          Pensaba que podría comenzar a tomar forma esta reflexión personal, fijándola como posible narración escrita (por aquello de que: “escribir es la mejor forma de leer la vida” como dijo alguien), de algo que de hecho es una cuestión de importancia trascendental y perdurable, de la que por cierto hacemos poco menos que caso omiso en nuestro cotidiano “ir existiendo”, muy ocupados en preocuparnos de lo inmediato, en una actitud deletérea de negar toda atención a lo ineludible en nuestra condición mortal. 

          El don de ensimismarnos tomando distancia de la realidad cotidiana en la que estamos inmersos, buscando el sentido profundo de la existencia, al estilo de los verdaderos filósofos, pensadores, contemplativos y demás “raras avis”, que surgen raramente aquí y allá, no es algo que se nos conceda comúnmente en el transcurrir vertiginoso de esta que llamamos vida moderna, pletórica de ciencias, tecnologías, bienestares, ocios, intereses y también lacras innumerables, que la hacen en ciertos aspectos lamentablemente plural, tolerante y libertaria, moteada con vistosas lentejuelas democráticas, y la envuelve en el tupido velo de quien no quiere ver el agujero negro en el que se precipita inexorablemente, y que la estrecha como boa, en su mortal abrazo constrictor.
         
          Pienso que perseverar profundizando en este “pensar el Cielo”, producirá un fruto, que independientemente de su posible alcance y difusión, supondrá para mí una riqueza personal de coherencia, entre lo que creo y lo que espero, y pueda traducirse en caridad.

                    En mi tierna infancia, mi padre nos reunía los domingos por la tarde después de comer, con nuestra madre, a mis hermanos y a mí, junto a la mesa del comedor, y abriendo la Biblia nos leía un pasaje de las Escrituras y  comenzaba después a hablarnos de Dios y de la hermosura del cielo. Un día, cuando apenas tendría unos tres o cuatro años, durante las explicaciones de mi padre, y por un instante, en medio de mucha luz, vi un trono dorado elevado, en el que alguien estaba sentado; no lo vi de frente; vi su lado izquierdo algo ladeado y sentí con suavidad un ardor, que sólo después de muchos años he vuelto a experimentar, como una señal del cielo que me indicaba un camino a seguir. En mi inocencia no di mayor importancia al hecho ni conté nada a nadie, pero es algo que ha permanecido curiosamente imborrable todos estos años. Qué gracia tan grande sería ahora poder visitar el Cielo en esta vida, como les ha ocurrido a algunos privilegiados, pero reconozco que, mucho mayor es la gracia que se nos ha concedido a todos, de que Dios mismo nos haya visitado a nosotros, en su querido Hijo, para que poseamos el Cielo para siempre.


                                                           www.jesusbayarri.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario