PENSANDO EL CIELO IV

PENSANDO EL CIELO


4


          Creemos que la vida futura no es una simple continuación de la presente, pero no debemos olvidar, con todo, que están, una en función de la otra. En este mundo que pasa, se decide nuestra verdadera vida perdurable que el Evangelio llama eterna. Nuestra vida terrena, por tanto, adquiere un valor que salta a la vida eterna. 

          “Somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador a Nuestro Señor Jesucristo, el cual transfigurará nuestro pobre cuerpo a imagen de su cuerpo glorioso”.

          Contemplando a Cristo resucitado en el Evangelio, podemos discernir la transformación gloriosa a la que estamos llamados, con cuanto en este mundo deba incorporarse a la Resurrección en el mundo futuro. La vida misma, por tanto, será transformada en orden a nuestra convivencia con los ángeles, pero sobre todo con Cristo, y con la Virgen María, en la visión beatífica de Dios Padre:

          “Ahora vemos como en un espejo, de forma confusa; pero entonces le veremos cara a cara. Ahora conozco de modo imperfecto, pero entonces conoceré perfectamente, como soy conocido”.

          El mismo Señor bajará del cielo con clamor, a la voz del arcángel y trompeta de Dios, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor.

          Podemos proyectar sublimadas en la gloria ciertas realidades de esta vida, como el amor, la belleza, la bondad o la justicia con una plenitud y perfección totales, pero recordemos a san Pablo que nos dice:

          “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre ha podido imaginar lo que ha preparado Dios para los que le aman”.

          No sólo el “lugar” que Cristo fue a prepararnos, como hemos visto en el Evangelio, sino la misma actividad eterna del amor, la relación mutua de comunión, o la “ocupación” como concepto, sufrirán con toda certeza su propia transformación. Según el Evangelio, los bienaventurados: “Serán como ángeles” ha dicho el Señor. No habrá muerte; la relación matrimonial dará paso a una convivencia esponsal sin relación a la procreación con su propia llamémosle fecundidad. Así como la misma realidad familiar, y comunitaria, experimentará, con certeza su propia transformación. Los Padres de la Iglesia insisten en que la comunión entre todos los bienaventurados, estará en continuidad con el mandamiento de Cristo: “Que os améis los unos a los otros como yo os he amado”, que responde al amor con el que el Padre amó a Cristo desde toda la eternidad.  

                                                           www.jesusbayarri.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario