PENSANDO EL CIELO III

PENSNDO EL CIELO

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          El Cielo como punto omega de la existencia, constituye de hecho un posible punto de llegada, en el que cobran sentido la vida, el sufrimiento, la enfermedad, la vejez, la muerte, y ese después, que en todos los pueblos se ha manifestado siempre como esperanza, que responde en el hombre, al “germen de eternidad que lleva en sí mismo” como ha afirmado el Concilio Vaticano II (GS 18). Pero es en el cristianismo donde la resurrección de la carne, fundándose en la promesa divina de vida eterna y en la resurrección de Cristo, entra en la perspectiva de ultratumba, a través de la predicación y los escritos de los apóstoles, testigos elegidos como propagadores de la esperanza cristiana, a la que han sido enfrentados con asombro.

          El Evangelio pone en boca de Cristo estas palabras: 

          En la casa de mi Padre hay muchas mansiones. Voy a prepararos un lugar, y cuando lo haya hecho volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo esté, estéis también vosotros. Venid benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso. ¡Qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida! Más te vale entrar en la Vida manco o cojo que, con las dos manos o los dos pies, ser arrojado en el fuego eterno. Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora, al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna.


          Aunque el Catecismo de la Iglesia Católica afirma que “este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación”, sin embargo la reflexión eclesial a lo largo de los siglos ha ido progresivamente penetrando en este misterio y ha explicitado algunos aspectos de lo que será la vida del hombre en la Bienaventuranza que en cierta medida podemos conocer ya desde ahora.

          San Agustín comentado el salmo 27 dice:

 “El Espíritu de Dios incita a los santos a que intercedan con gemidos inefables, inspirándoles el deseo de aquella realidad tan sublime que aún no conocemos, pero que engendra  en los fieles la esperanza. Ciertamente que si la ignorásemos del todo no la desearíamos[1]. Este conocimiento y esta esperanza, se nutren del testimonio en primer lugar de las Sagradas Escrituras:

          “He aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva y no serán mentados los primeros ni vendrán a la memoria, antes habrá regocijo y gozo por siempre jamás por lo que voy a crear. “El Dios del cielo levantará un reino, que no será jamás destruido, y este reino subsistirá para siempre”. “Sucedió, pues, que murió el pobre (Lázaro) y los ángeles le llevaron al seno de Abrahán”. Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios. Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años -si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo.

          No sólo nos hablan de su existencia, sino también de estadios distintos, aunque no sepamos en que consistan tales diferenciaciones. Son palabras para nuestra edificación en la fe y en la esperanza, que gesten en nosotros la caridad. El mismo San Pablo, recomienda a los fieles:

          “Buscad las cosas de arriba, dónde está Cristo sentado a la derecha de Dios”.

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[1] De la carta de S. Agustín a Proba, Viernes, XXIV Semana

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