PENSNDO EL CIELO
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El Cielo como punto omega de la
existencia, constituye de hecho un posible punto de llegada, en el que cobran
sentido la vida, el sufrimiento, la enfermedad, la vejez, la muerte, y ese
después, que en todos los pueblos se ha manifestado siempre como esperanza, que
responde en el hombre, al “germen de eternidad que lleva en sí mismo” como ha afirmado
el Concilio Vaticano II (GS 18). Pero es en el cristianismo donde la
resurrección de la carne, fundándose en la promesa divina de vida eterna y en
la resurrección de Cristo, entra en la perspectiva de ultratumba, a través de la
predicación y los escritos de los apóstoles, testigos elegidos como
propagadores de la esperanza cristiana, a la que han sido enfrentados con
asombro.
El Evangelio pone en boca de Cristo
estas palabras:
En la casa de mi Padre hay muchas mansiones.
Voy a prepararos un lugar, y cuando lo haya hecho volveré y os llevaré conmigo,
para que donde yo esté, estéis también vosotros. Venid benditos de mi Padre,
recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del
mundo. Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso. ¡Qué estrecha la
entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida! Más te vale entrar en la
Vida manco o cojo que, con las dos manos o los dos pies, ser arrojado en el
fuego eterno. Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Yo os
aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o
hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno:
ahora, al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con
persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna.
Aunque el Catecismo de la Iglesia
Católica afirma que “este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con
todos los que están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación”,
sin embargo la reflexión eclesial a lo largo de los siglos ha ido
progresivamente penetrando en este misterio y ha explicitado algunos aspectos
de lo que será la vida del hombre en la Bienaventuranza que en cierta medida
podemos conocer ya desde ahora.
San Agustín comentado el salmo 27
dice:
“El Espíritu de Dios incita a los santos a que
intercedan con gemidos inefables, inspirándoles el deseo de aquella realidad
tan sublime que aún no conocemos, pero que engendra en los fieles la esperanza. Ciertamente que
si la ignorásemos del todo no la desearíamos[1]. Este
conocimiento y esta esperanza, se nutren del testimonio en primer lugar de las
Sagradas Escrituras:
“He aquí que yo creo cielos nuevos y tierra
nueva y no serán mentados los primeros ni vendrán a la memoria, antes habrá
regocijo y gozo por siempre jamás por lo que voy a crear. “El Dios del
cielo levantará un reino, que no será jamás destruido, y este reino subsistirá
para siempre”. “Sucedió,
pues, que murió el pobre (Lázaro) y los ángeles le llevaron al seno de Abrahán”.
Estoy viendo
los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios. Sé
de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años -si en el cuerpo o fuera del
cuerpo no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo.
No sólo nos hablan de su existencia,
sino también de estadios distintos, aunque no sepamos en que consistan tales
diferenciaciones. Son palabras para nuestra edificación en la fe y en la
esperanza, que gesten en nosotros la caridad. El mismo San Pablo, recomienda a
los fieles:
“Buscad las cosas de arriba, dónde
está Cristo sentado a la derecha de Dios”.
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