Domingo 4º de
Adviento B (cf.
La Anunciación)
(2S 7, 1-5.8-12.14-16; Rm 16, 25-27; Lc 1, 26-38)
Queridos
hermanos:
Celebramos el último domingo de Adviento
y la liturgia nos presenta la fidelidad de Dios a sus promesas de salvación, y
a Jesús como el salvador que viene a perdonar los pecados y a destruir la
muerte. Viene a revelar el misterio escondido desde antiguo como decía la
segunda lectura: La llamada universal a su Reino eterno prometido a David.
Todas las promesas apuntan a Cristo como
el elegido para nuestra salvación, asumiendo la virulencia del mal para
destruirlo. En él, Dios se ha elegido un rey y un linaje para siempre; una casa
que no será destruida, y que hará sucumbir a las puertas del infierno.
El plan de Dios para salvar al mundo está
en acto. Se ha cumplido el tiempo: el mensajero celestial anuncia las primicias
del Evangelio, la Virgen acoge el anuncio de la Buena Nueva, y el salvador es
engendrado en su seno por obra del Espíritu Santo.
La salvación revelada a los profetas, es
ahora anunciada por el arcángel Gabriel a María, que acepta la voluntad de Dios
y concibe a Cristo. La justicia nos mira desde el cielo y la misericordia brota
de la tierra. La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor nuestro Dios.
Contemplemos hoy a María concebir por la
fe y acoger en la esperanza al que es la Caridad misma de Dios: “El Espíritu
Santo vendrá sobre ti; el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que
ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios”. Esta buena
noticia se cumple en todo el que cree.
También nosotros somos evangelizados con
María. Cristo debe ser concebido por nosotros por la fe y dado a luz mediante
las obras del amor de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que se nos ha dado. La salvación está cercana, y hay que
disponerse a acogerla reconociendo el amor de Dios para con nosotros, y la
fuerza de su poder, porque no hay nada imposible para Él.
La Buena Noticia se sigue proclamando y
busca quien la acoja y la encarne, de forma que la salvación de Cristo alcance
en cada generación a quienes crean en la Palabra creadora del mundo y redentora
de la humanidad.
La respuesta natural a esta palabra es la
alegría del corazón, oprimido por el mal. El enemigo ha sido vencido por
misericordia de Dios, y comienza nuestra liberación.
La Eucaristía viene a buscarnos para
unirnos al Salvador haciéndonos un solo espíritu con él.
Proclamemos juntos nuestra fe.
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