PENSANDO EL CIELO V

PENSANDO EL CIELO

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          La felicidad del cielo, en cuanto plenitud de bien, podrá ser distinta de la que hoy anhelamos, en cuanto variarán no sólo las aspiraciones y las ansias que ahora gestan nuestras necesidades actuales, sino sobre todo, en cuanto se nos descubrirán realidades inimaginables ahora a nuestra limitada condición. Es doctrina eclesial que en el cielo los bienaventurados mantendrán enteramente su propia y única individualidad, mientras los vínculos interpersonales serán purificados, y llevados a una perfección, propia de la voluntad divina que nos creó a su “imagen y semejanza”. 

          El Papa Juan Pablo II en las Catequesis de preparación del gran jubileo de la redención del año 2000, afirmaba:

          “En el marco de la Revelación sabemos que el «cielo» o la «bienaventuranza» en la que nos encontraremos no es una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con la santísima Trinidad. Es el encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo resucitado gracias a la comunión del Espíritu Santo.
          Es preciso mantener siempre cierta sobriedad al describir estas “realidades últimas”, ya que su representación resulta siempre inadecuada. Hoy el lenguaje personalista logra reflejar de una forma menos impropia la situación de felicidad y paz en que nos situará la comunión definitiva con Dios.”

          El conocimiento de nuestro universo se acrecienta constantemente gracias a la ciencia que lo escudriña cada vez más profundamente, pero lo que se nos muestra más claramente con la grandiosidad de los descubrimientos del saber humano, es precisamente lo inabarcable para nuestra mente que se muestra la sabiduría divina que encierra la creación. En la medida que se acrecienta lo que alcanzamos a conocer, crece en progresión astronómica el descubrimiento de lo que ignoramos, como si de un pozo sin fondo se tratase; tal es el contenido que revela cada nuevo descubrimiento.

          Quizá más que de la transformación, del universo, que ciertamente esperamos, podríamos hablar paralelamente, de un desvelarse de nuestras capacidades, (hoy tan limitadas para conocer), una vez glorificadas, la profundidad infinita e inalcanzable de la sabiduría divina encerrada en la creación, mostrándose ante nosotros ciertamente como “un cielo nuevo y una tierra nueva”, a la luz de la encarnación y la resurrección de Cristo.  

          La encarnación y la resurrección de Cristo, es pues, un evento cósmico que provee del impulso necesario a la aventura del universo, para el cumplimiento del proyecto amoroso de Dios a que ha sido destinado el hombre, a través del drama histórico de la libertad, en orden al Amor. La pregunta relativa al cómo y al cuándo se realizará esta transformación de la humanidad y del universo mismo, es una de esas preguntas inadecuadas a las que Cristo en el Evangelio se niega a responder, manteniendo al hombre en la vigilancia esperanzada de la promesa divina, que no defrauda nunca a quien confía en él.

Al vencedor le pondré de columna en el Santuario de mi Dios, y no saldrá fuera ya más; y grabaré en él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, que baja del cielo enviada por mi Dios, y mi nombre nuevo (Ap 3, 12).
         

                                                                     www.jesusbayarri.com

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