Martes 6º del TO
Mc 8, 14-21
Queridos hermanos:
El Evangelio nos muestra la dureza de
mente de los discípulos, que, a pesar de los signos que realiza Cristo, “tienen
ojos y no ven, tienen oídos y no oyen”, siendo así que Cristo ha venido a
cambiar en bendición la maldición de Isaías que pesaba sobre el pueblo de dura
cerviz: «Pues recusaron la enseñanza de Yahvé Sebaot y despreciaron el dicho
del Santo de Israel. Ve y di a ese pueblo: Escuchad bien, pero no entendáis,
ved bien, pero no comprendáis. Engorda el corazón de ese pueblo, hazle duro de
oídos, y pégale los ojos, no sea que vea con sus ojos, y oiga con sus oídos, y
entienda con su corazón, y se convierta y se le cure».
Los apóstoles siguen a Jesús, pero se
preocupan todavía por lo material. Si, como los judíos, están faltos de
discernimiento para descubrir la perversión de los fariseos, ¿cómo podrán
guardarse de su levadura, que para Mateo es su doctrina y para Lucas es la
hipocresía (12,1)? La levadura es signo de lo viejo, de la impureza y de la
corrupción. El peligro de los discípulos es no ser capaces de discernir que su
problema está en la reducción de la doctrina a preceptos y tradiciones humanas
alejadas del precepto divino, y en la corrupción de su corazón que sus obras
ponen de manifiesto: “Porque dicen y no hacen”.
Los fariseos aparentan piedad, pero ésta
no nace de un corazón que ama al Señor, porque a través de ella buscan la
estima de los hombres, su propia gloria y su interés. “Ciegos que guían a
ciegos”, dirá Jesús. La corrupción de la levadura se propaga rápidamente y
puede contaminarlo todo, y Cristo debe advertir a sus discípulos. La religión
se instrumentaliza en provecho propio a través de la falsedad; y es una excusa
para la carne, mientras Cristo ha venido a testificar la Verdad con su vida. El
que vive en la verdad apoya su vida en Cristo y es libre; el que vive en la
hipocresía es un esclavo del diablo, padre de la mentira que lo ha engañado y
lo tiraniza. “¡Ay de aquel cuya fama es superior a sus obras!”, dicen los
maestros de espiritualidad.
Jesús habla de una suerte fatal para los
hipócritas, que serán separados de él. Hay aquí una llamada a pasar de la carne
a la vida nueva del Espíritu: a vivir en la verdad, y a la misión que llevan
consigo la llamada y los dones recibidos. A diferencia de los primeros
discípulos, nosotros no hemos recibido sólo señales sino verdaderos dones del
Espíritu, entre los cuales debe figurar el discernimiento; a estos dones debe
responder nuestra fe y una verdadera conversión de vida.
Que el Señor en la Eucaristía nos
conceda discernir lo que tomamos de esta mesa y vivirlo en la verdad.
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