Viernes 24º del TO

Viernes 24º del TO

Lc 8, 1-3

Queridos hermanos:

          Hoy contemplamos a Jesús de Nazaret caminando por todas partes, curando, y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios, acompañado de sus apóstoles y de las mujeres que le servían: María Magdalena, Juana, Susana y las demás. Su misión se nos presenta como el ministerio itinerante de una pequeña comunidad, germen de la irrupción del Reino de Dios y testimonio viviente de la misericordia divina en su existencia; vida nueva que camina propagando el gozo y llenando de luz los caminos en tinieblas y sombras de muerte, por los que caminan cansadas y abatidas, las ovejas sin pastor.

          Asomémonos al mundo de su tiempo: Corrupción en el Templo, sectas, disidencia, violencia y terror. Desheredados, pobres, enfermos, desesperados, impíos, impuros, pecadores, y descartados; procesiones interminables se movilizan en su búsqueda atravesando valles y collados, bosques y desiertos, fuentes y torrentes, olvidados de sí mismos y despreocupados del mañana. La vida eterna está al alcance ahora y hay que arrebatarla: ¡Quédate con nosotros, Señor!

          La cercanía del Señor es tangible en los acontecimientos que enmarcan la palabra profética, poderosa y pletórica de vida y de esperanza, que actualiza las promesas entrañables dadas a los padres, haciendo brotar como un suspiro, en lo profundo de los corazones hambrientos de misericordia y saciados de miserias: Ciertamente el Señor no ha olvidado a su pueblo, lo ha visitado, y nosotros somos los testigos bienaventurados de su presencia:

          “Adiós penar y suspiros” (Is 35,10). ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: «Ya reina tu Dios»! ¡Una voz! Tus vigías alzan la voz, a una dan gritos de júbilo, porque con sus propios ojos ven el retorno del Señor a Sión.

          Prorrumpid a una en gritos de júbilo, soledades de Jerusalén, porque ha consolado Dios a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén. Ha desnudado el Señor su santo brazo a los ojos de todas las naciones, y han visto todos los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios (Is 52, 7-10).

          Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo. Di a las ciudades de Judá: «Ahí está vuestro Dios.» Ahí viene el Señor Dios con poder, y su brazo lo sojuzga todo. Ved que su salario le acompaña, y su paga le precede. Como pastor pastorea su rebaño: recoge en brazos los corderitos, en el seno los lleva, y trata con cuidado a las paridas (Is 40, 9-11).

          En aquel tiempo llamarán a Jerusalén «Trono del Señor» y se incorporarán a ella todas las naciones en el nombre del Señor, en Jerusalén, sin seguir más la dureza de sus perversos corazones. En aquellos días, andará la casa de Judá al par de Israel, y vendrán juntos desde tierras del norte a la tierra que di en herencia a vuestros padres (Jr 3, 17-18).

          El que abre camino subirá delante de ellos; abrirán camino, pasarán la puerta, y por ella saldrán; su rey pasará delante de ellos, y el Señor a la cabeza (Mi 2, 13).

          ¡El Señor, Rey de Israel, está en medio de ti, ya no temerás mal alguno! Aquel día se dirá a Jerusalén: ¡No tengas miedo, Sión, no desfallezcan tus manos! El señor tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador! Exulta de gozo por ti, te renueva con su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta (So 3, 15-18).”

          Que así sea.

                                                 www.jesusbayarri.com

 

 

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