Sábado 25º del TO
Lc 9, 43b-45
A
la venida del Mesías sobre las nubes del cielo, glorioso y restaurador de la
soberanía de su pueblo, que esperaba Israel, y también los discípulos, debía
preceder el “año de gracia del Señor”, que Israel no sabe discernir
separadamente a su manifestación gloriosa y sobre todo a su encarnación en el
Siervo de Yahvé anunciado por Isaías, de cuya vida el libro de la Sabiduría,
hace una descripción interpretando su rechazo. En el Evangelio, vemos a Cristo instruyendo a sus discípulos en este
discernimiento que será el fruto de su maduración en el amor. A través de la
Palabra, también a nosotros el Señor nos abre las Escrituras, haciéndonos
crecer en su conocimiento como experiencia de su amor.
La
causa de la falta de discernimiento del pueblo sobre este aspecto fundamental
de la misión del Mesías, la atribuirá Jesús, a la ignorancia de los judíos,
sobre aquello de: “Misericordia quiero;
yo quiero amor”. Se trata de una falta de sintonía con el corazón de las
Escrituras que es el amor, y que Cristo encarnará hasta el extremo, haciéndose
el último, mediante el servicio a Dios con todo su corazón, con toda su alma y
con todas sus fuerzas, abrazando la cruz y en ella a la humanidad entera.
Nietzsche,
según los escritos que nos han llegado de su pensamiento, se sintió impulsado a
combatir ferozmente el cristianismo, reo, en su opinión, de haber introducido
en el mundo el «cáncer» de la humildad y de la renuncia, a las que en: "Así
hablaba Zaratustra", opone la «voluntad de poder» encarnada por el superhombre,
el hombre de la «gran salud», que quiere alzarse, no abajarse, oponiéndose a
los valores evangélicos.
Nosotros
necesitamos hoy que esta palabra nos amoneste, no tanto para aceptarla
intelectualmente, como para hacerla viva y operante en nuestra vida. Nuestro
discernimiento irá siendo completado por la obra del Espíritu, pero la fe hay
que vivirla cada día en la libertad, para que sea amor en el servicio de los
hermanos.
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