Domingo 25º del TO A

Domingo 25º del TO A

Is 55, 6-9; Flp 1, 20-24.27; Mt 20, 1-16

Queridos hermanos:

Como dice la primera lectura, los caminos del Señor aventajan a los nuestros como el cielo a la tierra, y es por eso que el Señor, generación tras generación, sale a nuestro encuentro a través de sus discípulos, y también hora tras hora, para llamar obreros a su viña. En efecto, la vida del hombre sobre la tierra es como una jornada de trabajo, a la que se promete la paga de su Espíritu, que derramando en su corazón el amor de Dios, como dice san Pablo (Rm 5, 5), hace que los caminos del Señor sean los nuestros, capacitándonos para amar como Cristo nos ha amado, porque el fruto de nuestro trabajo es el amor con el que nos damos al mundo, evangelizándolo con nuestras obras.

Este don gratuito de su amor, requiere nuestra libre aceptación, y puede ser rechazado, como lo fue Cristo por aquellos trabajadores de la primera hora, en los que los judíos deben verse reflejados. También nosotros, cuantos hemos sido llamados después, en espera del día del cumplimiento de las promesas, al final de los tiempos o al final de nuestra propia vida, debemos responder a la llamada. Es evidente, por tanto, que la paga es la misma para todos: Vida eterna.

Para San Gregorio Magno, nosotros somos los llamados a la hora undécima. Israel fue llamado antes a través de enviados y profetas, pero lo fue, a sintonizar interiormente con el Señor y no sólo a un culto externo y vacío. No en la materialidad de la letra, sino en la verdad del espíritu. Este será el tema constante y central en la predicación del Señor a los judíos: “Misericordia quiero y no sacrificios; yo quiero amor; conocimiento de Dios más que holocaustos”.

Hay obreros de la primera hora en la viña, que no están en sintonía con el Señor, contaminados de avaricia, envidia y juicios, como aquellos que salieron de Egipto, que vieron abrirse el mar, comieron el maná, pero no entraron en la Tierra. En el Evangelio, con frecuencia, hay diferencias, entre llamados y elegidos. Cierto que no fueron contratados los que no se encontraban en el lugar de contratación, siendo así que estaban desempleados. Por eso dice San Juan Crisóstomo que Dios llama a todos a la primera hora. Vivían fuera de su realidad, en la que Dios los buscaba desde la primera hora y eso mismo les privó de afrontar las penalidades del día, al amparo y seguridad de la Viña, pero esto, algunos no lo supieron valorar y agradecer.

El Señor es bueno; nos llama a trabajar en su viña y provee a nuestras necesidades por encima de sus intereses, aunque nuestros merecimientos no estén a la altura. Eso es amar: hacer del bien del otro nuestro único interés y la intención profunda de nuestros actos. La justicia de Dios no olvida la caridad; es justo y misericordioso, mientras la justicia del hombre está contaminada por la envidia y la avaricia. Llamó a Israel en la justicia y a los gentiles en la misericordia. Dios provee a las necesidades del corazón recto, pero no complace las ansias del codicioso. Ciertamente los caminos de Dios distan mucho de los nuestros, hasta que encontramos a Cristo.

San Pablo no duda en privarse del sumo Bien de estar con el Señor, por el bien de los hermanos, porque ha encontrado a Cristo. Sólo en Cristo, nuestros caminos pueden coincidir con los de Dios, que se ha manifestado amor, y nos conducen al encuentro con los hermanos. En la Eucaristía, que es el culmen de la relación con Dios, nuestro yo, se disuelve en un “nosotros” y podemos llamar a Dios: Padre “nuestro”.

 

          Proclamemos juntos nuestra fe.

                                                           www.jesusbayarri.com

 

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