Domingo 22º del TO A
(Jer 20, 7-9; Rm 12, 1-2; Mt 16, 21-27)
Queridos hermanos:
Hemos escuchado en el Evangelio que el
hombre debe padecer, morir y resucitar. El Señor diciéndolo de sí mismo lo dice
también de nosotros, cuya naturaleza humana ha querido compartir.
Hemos escuchado también a san Pablo: “No os acomodéis a este mundo y así podréis
discernir la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (cf. Rm 12,
1-2).
Toda vida humana tiene en este mundo
esa precariedad, en la que no faltan sufrimientos y muerte, y que nos enseña a
no poner en ella nuestras esperanzas y nuestros desvelos, porque nuestra
existencia está destinada a la Resurrección y la vida eterna. No hemos nacido
para sufrir y morir, sino para resucitar después de la muerte a la vida plena y
definitiva. Cristo nos invita a esa vida mediante la fe en él, pero dado que
esa vida es amor, no puede alcanzarse sin la
negación de nosotros mismos en este mundo, para lo cual nos entrega su
Espíritu Santo. Seguir a Cristo no es dedicarle algunas horas los miércoles,
los sábados o los domingos, sino poner toda nuestra vida: lo que somos y lo que
tenemos; nuestras ansias y proyectos en función suya, gozándonos en su
voluntad.
También hemos escuchado otra palabra
que Cristo atribuye a Satanás, aunque la pronuncie Pedro, y que en nuestra vida
puede pronunciarla cualquiera que se nos acerque: tu vecino, tu madre e incluso
nosotros mismos bajo la sugestión de Satanás. Esta palabra dice: ¡No te ha de
suceder eso! ¿Por qué tienes que sufrir? ¿Por qué tiene que morir tu hijo o tu
madre…? ¡Tienes que ser feliz! ¡Tu felicidad es esta vida!
Hoy, el Señor nos enseña a responder: ¡Apártate Satanás, porque tus pensamientos
no son los de Dios!, que nos ha creado para algo más que esta vida. Tenemos
que aprender a relativizar todo lo de esta vida, y estar dispuestos incluso a
perderla por los demás. Sólo quien cree firmemente en Dios y en sus promesas de
vida eterna puede darse a los demás perdiendo su tiempo, su dinero y hasta la
propia vida, ofreciéndola “como hostia
viva”, como dice la segunda lectura. Sólo quien ha conocido el amor de Dios
y ha sido poseído por él, puede amar.
Que la Eucaristía venga en nuestra
ayuda para que busquemos las cosas de arriba donde está Cristo que se entrega
por amor.
Proclamemos juntos nuestra fe.
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