Domingo 22º del TO A

 Domingo 22º del TO A

(Jer 20, 7-9; Rm 12, 1-2; Mt 16, 21-27)

 Queridos hermanos:

           Jeremías nos presenta su cruz y su instintivo deseo de alejarse de ella, que viene contrarrestado por un fuego interior. También Cristo arde en deseos de encender un fuego sobre la tierra que procede de la cruz que debe asumir. Fuego por fuego; el fuego de la cruz preparado para Cristo y asumido por él para librar al hombre de aquel otro “preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25, 41), en el que se precipita quien no acoge su oferta de gracia y de misericordia.

          Hemos escuchado en el Evangelio que el hombre debe padecer, morir y resucitar. El Señor diciéndolo de sí mismo lo dice también de nosotros, cuya naturaleza humana ha querido compartir.

          Hemos escuchado también a san Pablo: “No os acomodéis a este mundo y así podréis discernir la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (cf. Rm 12, 1-2).

        Toda vida humana tiene en este mundo esa precariedad, en la que no faltan sufrimientos y muerte, y que nos enseña a no poner en ella nuestras esperanzas y nuestros desvelos, porque nuestra existencia está destinada a la Resurrección y la vida eterna. No hemos nacido para sufrir y morir, sino para resucitar después de la muerte a la vida plena y definitiva. Cristo nos invita a esa vida mediante la fe en él, pero dado que esa vida es amor, no puede alcanzarse sin la  negación de nosotros mismos en este mundo, para lo cual nos entrega su Espíritu Santo. Seguir a Cristo no es dedicarle algunas horas los miércoles, los sábados o los domingos, sino poner toda nuestra vida: lo que somos y lo que tenemos; nuestras ansias y proyectos en función suya, gozándonos en su voluntad.

          También hemos escuchado otra palabra que Cristo atribuye a Satanás, aunque la pronuncie Pedro, y que en nuestra vida puede pronunciarla cualquiera que se nos acerque: tu vecino, tu madre e incluso nosotros mismos bajo la sugestión de Satanás. Esta palabra dice: ¡No te ha de suceder eso! ¿Por qué tienes que sufrir? ¿Por qué tiene que morir tu hijo o tu madre…? ¡Tienes que ser feliz! ¡Tu felicidad es esta vida!

          Hoy, el Señor nos enseña a responder: ¡Apártate Satanás, porque tus pensamientos no son los de Dios!, que nos ha creado para algo más que esta vida. Tenemos que aprender a relativizar todo lo de esta vida, y estar dispuestos incluso a perderla por los demás. Sólo quien cree firmemente en Dios y en sus promesas de vida eterna puede darse a los demás perdiendo su tiempo, su dinero y hasta la propia vida, ofreciéndola “como hostia viva”, como dice la segunda lectura. Sólo quien ha conocido el amor de Dios y ha sido poseído por él, puede amar.

          Que la Eucaristía venga en nuestra ayuda para que busquemos las cosas de arriba donde está Cristo que se entrega por amor.

                   Proclamemos juntos nuestra fe.

                                                           www.jesusbayarri.com

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