Sábado 22º del TO

 Sábado 22º del TO 

Lc 6, 1-5

 Queridos hermanos:

         Entre los preceptos de la ley, algunos son de gran importancia como el descanso sabático, pero el corazón de todos ellos es el amor, porque proceden de Dios que es amor, y busca la edificación del hombre en el amor y la contemplación de la gratuidad y la bondad divina, despegándolo del interés. Para discernir en casos de conflicto respecto a la ley, es necesario que esté presente en el corazón el espíritu de la ley que es el amor. Dios es amor, y la ley es amor al hombre. El discernimiento acerca de los preceptos de la ley sólo es posible cuando el amor madura en el corazón. Sólo así es posible juzgar rectamente. Las gafas para ver al otro a través de los hechos, sin distorsión, es el amor: “Yo quiero amor, conocimiento de Dios” Experiencia del amor que es Dios. A los judíos faltos de discernimiento, Jesús dirá: “Id, pues, a aprender que significa aquello de Misericordia quiero, que no sacrificios.”

El discernimiento capaz de distinguir y valorar lo importante frente a lo accesorio; distinguir entre la letra y el espíritu de la ley, progresa con el amor: la ciencia infla mientras la caridad edifica (cf. 1Co 8, 1). Pero la caridad es derramada en el corazón por el Espíritu, en aquellos que creen, acogiendo en su vida la voluntad de Dios. Detrás del discernimiento está aquello de “ama y haz lo que quieras”, y aquello de: Yo quiero amor, conocimiento de Dios: de su poder, pero sobre todo de su misericordia. Quien tiene amor tiene discernimiento, es sabio, mientras en el falto de amor no faltará necedad.

La misericordia de Cristo hace que el paralítico arrastre su camilla en sábado; le permite tocar al leproso. Las curaciones en general mueven los corazones a la bendición y glorificación de Dios, y ese si es el espíritu del sábado: poner el corazón en el cielo, para que después le siga el espíritu y por último también el cuerpo.

Esta palabra, a través de un problema de discernimiento, nos habla del corazón de la ley que es el amor, con el que Dios ha querido relacionarse con el hombre, dando vida y sentido a su existencia, por encima de sus ocupaciones y sus relaciones con sus semejantes. 

  El sábado, liberando al hombre de la maldición que pesa sobre el trabajo, siempre en búsqueda del sustento, le concede un anticipo de la vida celeste, en la que Dios será nuestro único sustento eterno; nuestra riqueza aquí en la tierra, y nuestra meta celeste.

 Que así sea.

                                                 www.jesusbayarri.com

 

 

 

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