Santa María Magdalena
Ct 3, 1-4b; Jn
20, 1-2.11-18
El Verbo
eterno de Dios, es el Hijo, en palabras de Cristo. Ha asumido un cuerpo, para
que se realice en él la voluntad divina respecto a los hombres. Por eso, al
entrar en este mundo, dice: “Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has
formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron.
Entonces dije: ¡He aquí que vengo -pues de mí está escrito en el rollo del
libro- a hacer, oh Dios, tu voluntad! (Hb 10, 5s). La voluntad del Padre
es, que los hombres sean “incorporados”, por adopción, a la filiación divina de
Cristo; lleguen a ser hijos, en el Hijo; que los hombres sean, de Dios. Los
discípulos de Jesús de Nazaret, se convierten, así, en hermanos de Cristo, en
miembros de su “cuerpo” y en hermanos entre sí. Como dijo el Papa Benedicto XVI
en la Vigilia pascual del año 2008: "Cristo Resucitado viene a nosotros
y une su vida a la nuestra, introduciéndonos en el fuego vivo de su amor.
Formamos así una unidad, una sola cosa con él, y de ese modo una sola cosa
entre nosotros; experimentamos que estamos enraizados en la misma identidad; no
somos nunca realmente ajenos los unos para los otros".
Y como
acontece con el hombre al nacer, que al nacimiento de la cabeza sucede el del
cuerpo sin solución de continuidad, así será también en Cristo resucitado y en
su elevación al Padre: Por eso dice: “Subo a mi Padre y vuestro Padre”.
Es como si Cristo dijera: Vosotros subís conmigo; subís en mí, en mi cuerpo.
Así lo expresa también san Pablo: “hemos sido resucitados con Cristo y
sentados con él en los cielos”. Esta es la obra que el Padre ha encomendado
al Hijo y he aquí que ha sido consumada por su entrega redentora y su
resurrección: El Padre ha formado un cuerpo para Cristo, haciendo a los hombres
en comunión con él, miembros de ese cuerpo, que es su esposa, carne de su
carne. Y continuaría diciendo Cristo: Ahora sois uno en mí, como yo soy uno con
el Padre. Sólo en esta unidad eclesial nos será lícito invocar a Dios como “nuestro”
Padre y como nuestro Dios.
María
Magdalena tendrá que esperar a que se consume el nacimiento del cuerpo de
Cristo; para ser “esposa” de Cristo en la comunidad, para poder “tocar” a
Cristo resucitado. Así ocurre en el Evangelio según san Mateo (Mt 28, 9), en el
que junto a las otras mujeres, en comunidad, sí puede “tocarle y no soltarle”,
como dice la esposa del Cantar de los Cantares: “lo he abrazado y no lo
soltaré”, hasta que se consume mi unión con él, en la morada del amor en
que fui concebida (cf. Ct 3, 4).
Sólo en el
cuerpo de la comunidad que es la Iglesia, nos es dado como en la Eucaristía,
incorporarnos al cuerpo de Cristo, en la comunión de los hermanos; gustar y ver
qué bueno es el amor del Señor; asirnos a sus pies, y adorarle.
Que así sea.
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