Miércoles 13º del TO
Mt 8, 28-34
El sufrimiento hunde sus raíces en el pecado, y el pecado
en la libertad, que condiciona el fin para el que el hombre fue hecho a imagen
y semejanza de Dios: Relacionarse con Él en el amor. El amor de Dios no se
limita a crear al hombre con la capacidad de relacionarse con él en el amor, sino
que implica su voluntad de redimirlo de su extravío y de sus consecuencias, a
costa del sufrimiento de su Hijo amado.
Respetando la libertad del hombre, Dios saca el bien del
mal, y fruto sobreabundante, aún del escandaloso sufrimiento de los “inocentes”,
como lo hizo con su propio Hijo para nuestra salvación. No hay esclavitud ni
depravación tan grande que pueda impedir la salvación, con la que Dios quiere
regenerar al hombre.
En este pasaje del Evangelio, Jesús parece haber ido a
aquel lugar exclusivamente a curar a aquel pobre hombre, pero sobre todo ha ido
a concederle encontrarse con él; a suscitar su fe, la de aquella gente, y a
fortalecer la de sus discípulos. Desembarca, cura, y regresa de nuevo al
lago.
La palabra de hoy nos hace presente la seriedad de la vida
y lo triste que puede llegar a ser la situación de un hombre, en las manos del
diablo. La misma grandeza del hombre le hace susceptible de una gran ruina.
Pensar que en el corazón (mente y voluntad) del hombre que sólo Dios puede saciar pueden caber dos mil demonios es para
meditarlo seriamente. Con que facilidad
vivimos neciamente dejando al maligno adueñarse de nosotros. Para el Señor, un
hombre, su corazón, vale el mundo entero; por supuesto, más que muchos pajarillos y más que dos mil cerdos.
Vemos, pues, a Cristo compadecerse de las gentes, pero es
evidente que, su misión no se reduce a aliviar el sufrimiento, sino a erradicar
y perdonar el pecado suscitando la fe. En
sus milagros distingue curación y salvación. La curación es temporal, pero la
salvación es eterna. La verdadera misericordia de Dios no consiste en que el
hombre deje de sufrir, sino en que no se pierda eternamente.
Es maravilloso que
un ciego vea, que un paralítico camine, o que un endemoniado se cure, pero es infinitamente
superior que un pecador se convierta y crea.
Quien ha sido alcanzado por la misericordia del Señor como
el endemoniado, es enviado a testificarla en el mundo, proclamando su
salvación. Es un deber de gratitud hacia el Señor que ha usado de misericordia
con él. “Es bien nacido, quien es agradecido.”
La Eucaristía viene en nuestra ayuda y nos sienta a la mesa
con Cristo, que ha tomado sobre sí, la muerte de nuestros pecados para
alcanzarnos la resurrección.
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