Lunes 17º del TO
Mt 13, 31-35
Ciertamente no son comparables la virtud
de la gracia y la acción humana, en el germinar, el desarrollo y la plenitud
del Reino, pero deben complementarse: la semilla debe enterrarse y la levadura integrarse
en la harina. San Pablo dice: “Por la gracia de Dios, soy lo que soy; pero
la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que
todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1Co 15, 10).
La pequeña semilla del Reino, se
transformará en “una muchedumbre inmensa que nadie podía contar” (Ap 7,
9), con Cristo a la cabeza, guardada en el granero divino, mientras el Dragón y
sus ángeles serán encadenados y precipitados definitivamente en el abismo.
El camino del hombre paralelamente al del
Reino, está encarrilado entre la potencia divina de su palabra y la libertad
humana. La potencia de la semilla, necesita de la humildad de la tierra que la
acoge. El hombre debe afanarse, pero es Dios el que da el incremento.
Los inicios humildes del Reino, no son
parangonables con su maravilloso desarrollo. Al hombre corresponde aceptar,
guardar, poner en práctica, lanzar la red, creer, perseverar en su palabra, y a
Dios abrir de par en par las compuertas de su gracia.
La escasez de fruto no se debe por
tanto a Dios, sino a la imperfección de nuestra respuesta. Digamos
verdaderamente amén a Cristo que se nos da, y él centuplicará el fruto.
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