Viernes 15º del TO
Mt 12, 1-8
Entre
los preceptos de la ley, algunos son de gran importancia como el descanso
sabático, pero el corazón de todos ellos es el amor, porque proceden de Dios
que es amor, y busca la edificación del hombre en el amor y la contemplación de
la gratuidad y la bondad divina, despegándolo del interés. Para discernir en
casos de conflicto respecto a la letra y al espíritu de la ley, es necesario el discernimiento acerca de los preceptos, que
sólo es posible cuando el amor madura en el corazón. Sólo así es posible juzgar
rectamente. Las gafas para ver al otro a través de los hechos, sin distorsión,
es la caridad: “Yo quiero amor,
conocimiento de Dios”, experiencia del amor que es Dios. A los judíos
faltos de discernimiento, Jesús dirá: “Id,
pues, a aprender que significa aquello de Misericordia quiero, que no
sacrificios”
El
discernimiento capaz de distinguir y valorar lo importante frente a lo
accesorio; distinguir entre la letra y el espíritu de la ley, progresa con el
amor: la ciencia infla mientras la caridad edifica. Pero la caridad es
derramada en el corazón por el Espíritu en aquellos que creen, acogiendo en su
vida la voluntad de Dios. Detrás del discernimiento está aquello de “ama y haz
lo que quieras”, y aquello de: Yo quiero amor, conocimiento de Dios: de su
poder, pero sobre todo de su misericordia. Quien tiene amor tiene
discernimiento, es sabio, mientras en el falto de amor no faltará necedad.
La
misericordia de Cristo hace que el paralítico arrastre su camilla en sábado;
toca al leproso, y las curaciones en general mueven los corazones a la
bendición y glorificación de Dios, y ese es el espíritu del sábado: poner el
corazón en el cielo; el espíritu, y también el cuerpo.
El
sábado, liberando al hombre de la maldición que pesa sobre el trabajo, manteniéndolo
siempre en búsqueda del sustento, le concede un anticipo de la vida celeste, en
la que Dios será nuestro único sustento eternamente; nuestra riqueza aquí en la
tierra, y nuestra meta celeste.
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