Miércoles 14º del TO
Mt 10, 1-7
También
nosotros que hemos sido asociados por el Señor al ministerio de los apóstoles,
somos llamados a estar con él, donde se encuentre: En los pobres, en los
enfermos, en la liturgia, y en el cielo con la oración, y con los pecadores,
pero no donde pecan, sino donde acuden a curarse: en la confesión; y no en los
vicios del mundo.
El
número doce hace presente al Israel elegido y depositario de las promesas, y
representa la continuidad de las bendiciones dadas a Abrahán y su descendencia,
en las que serían bendecidas todas las naciones. Cristo, retoño de David,
perpetúa la realeza y la elección de Israel que se abre a los gentiles a través
de la misión de predicar comunicada a los denominados “apóstoles”; nombre nuevo
para la vida nueva que recibida del Espíritu Santo, los envía a iluminar el
mundo y salar la tierra, para la “regeneración” de la creación entera.
Heraldos
del Evangelio y maestros de las naciones hasta los confines del mundo, lo
sumergirán en las aguas de vida eterna que brotan del costado de Cristo y saciarán
la sed sempiterna de la humanidad redimida.
Fundamentos
de las celestiales puertas que conducen a la salvación en la celestial ciudad
dorada de los elegidos y esposa del Cordero degollado que la ilumina y en la
que sus hijos son consolados con consolación eterna.
¡Oh!
apóstoles de Cristo glorificados por el testimonio de su sangre derramada como
la de Cristo, de la que se nutrieron y con la que abrevaron a todos los pueblos
para la vida eterna.
Pedro,
Andrés, Santiago y Juan; Felipe, Mateo, Bartolomé y Tadeo; Santiago el de
Alfeo, Tomás, Simón el Cananeo y Matías, que fue elegido en lugar del traidor.
Unámonos
a ellos en nuestra bendición, exaltación, glorificación y acción de gracias al
Padre que nos dio a su Hijo como propiciación por nuestros pecados y lo
resucitó para nuestra justificación. A Él la gloria, el poder, el honor y la
alabanza, por los siglos de los siglos.
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