Martes 17º del TO
Mt 13, 36-43
Como
en otras parábolas del Reino, ésta de la cizaña, nos presenta en el ámbito de
la libertad, propio de la creatura humana, la dialéctica entre el bien del
Evangelio y la seducción del mal, a la que Dios concede un tiempo pedagógico para
insidiar al hombre, que deberá ejercitase en la virtud, elegir el Bien y
afianzarse en la Verdad.
Como
a los siervos de la parábola, la existencia del mal en el mundo perturba a
muchos que minusvaloran la fuerza del Evangelio y el poder de Dios, rechazan
las fatigas del combate y están escandalizados de la libertad.
También
los discípulos acusan la dificultad y la resistencia a sobrellevar la
responsabilidad de su ser hombres libres: “Explícanos
la parábola”. Evidentemente, la dificultad no está en la existencia del mal
con el que convivimos habitualmente, sino en la actitud aparentemente tolerante
de Dios. Lo que no comprendemos ni los discípulos ni nosotros, y que
escandaliza farisaicamente al mundo, es que Dios tenga una visión
misericordiosamente tolerante respecto a los malvados, porque desea su
salvación, hasta el punto de aceptar el sufrimiento que provocan, en carne
propia, y que le conducirá hasta la muerte de cruz, en el cumplimiento del “año
de gracia del Señor”. Dios, en efecto, no desespera nunca de la salvación de
nadie, y la ansía con toda la fuerza de su infinito amor, cosa que nos resulta
inaudito, incomprensible y escandaloso, mostrando así lo mezquino de nuestro
concepto de justicia y lo carnal de nuestro pretendido amor.
Además,
en su pedagogía con nosotros, trata también de hacernos comprender el valor del
sufrimiento como inmolación amorosa, camino elegido por él, y que sólo el
Espíritu Santo revela a quienes se internan en la espesura de la cruz, como
decía san Juan de la Cruz. La cizaña viene a ser al discípulo, como la gracia
de la persecución que lo mantiene
preparado para el combate. Como decía san Antonio: sin las tentaciones no se
salvaría nadie.
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