Martes 13º del TO

 Martes 13º del TO

Mt 8, 23-27

 Queridos hermanos:

           Esta palabra del Evangelio está cargada de simbolismo y de enseñanza en primer lugar para los discípulos y también para todos nosotros: el mar, sinuosa imagen de la muerte; el temporal, figura de la persecución y la tribulación, y que en Jonás, es Dios mismo quien lo suscita; el miedo a la muerte, secuela del pecado y signo de “lo viejo”; el temor de Dios, “lo nuevo” de la fe; el sueño de Cristo en medio de la travesía, imagen de su muerte, y el despertar, anuncio de su resurrección. Marcos y Lucas hablan de pasar a la otra orilla, a la que Cristo va a conducir a la humanidad entera. En Mateo 14, el aparente desinterés se hace ausencia vigilante y provisora.

Cristo va a introducir a los discípulos en el mar y la noche para que tengan el encuentro personal de la fe, única respuesta ante la muerte, por la que todo hombre debe pasar y que se levanta de improviso ante él. Cristo está invitando a los discípulos a enfrentar la muerte junto a él, en apariencia ausente y desinteresado ante sus vicisitudes y salir indemnes invocando su Nombre. Ante ellos se extiende el mar que es necesario atravesar, para constatar que Dios le ha asignado un límite, en donde se desvanece su poder. Con Cristo, la humanidad no perecerá en el mar, sino que tras un tiempo de tribulación, lo atravesará a salvo asida a la mano del Señor tendida a quien lo invoca.

En medio de este mar, los discípulos van a experimentar de forma insuperable el miedo a la muerte, signo de “lo viejo”, de la condición humana sujeta al pecado, que los hace esclavos del diablo, de por vida (cf. Hb 2, 14s). ¿Dónde está vuestra fe? ¿Aún no es “todo nuevo” para vosotros en mí, como dirá san Pablo? (2Co 5, 17). ¿Dónde está vuestra respuesta a la muerte? ¿Aún no comprendéis que está con vosotros la resurrección y la vida? (Jn 11, 25). Claro que me importa que perezcáis (viene a decir el Señor). Por eso tendré que dormirme entrando en el seno de la muerte para vencerla al despertar. Lo que me preocupa es que tengáis miedo de perecer estando yo con vosotros, y no seáis capaces de confiar plenamente en Dios abandonándoos en sus manos. Esta experiencia de los discípulos será vital cuando tengan que enfrentar la muerte y Cristo parezca ausente. Tendrán que ser testigos de la victoria de Cristo, y hacerlo presente invocando su nombre. Su fe deberá crecer hasta llegar a la otra tempestad de la que habla el Evangelio, en la que sin preguntar: ¿Quién es éste?, se postrarán ante él.

También nosotros necesitamos hacer nuestra la experiencia de los discípulos, de que el viento y el mar obedecen a aquel que nos ha prometido estar con nosotros hasta el fin del mundo, de forma que no perezca ni un cabello de nuestra cabeza, y con nuestra perseverancia salvemos nuestras almas” (cf. Lc 21, 18-19).

Que así sea.

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