El Dios
y Padre de Nuestro Señor Jesucristo.
En aquel ambiente de Judea, que se
convertirá en Palestina, por virtud del férreo dominador romano, en el que
campaba la tiranía y la injusticia, impregnado de la doctrina legalista farisea,
en connivencia con la corrupción saducea, la rebelión de los sicarios y el cisma
esenio, descendiendo a la región más deprimida de la tierra, aparece Jesús de
Nazaret: “¡Tierra de Zabulón y tierra de
Neftalí, camino del mar, allende el Jordán, Galilea de los gentiles! El pueblo
que habitaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en paraje
de sombras de muerte una luz les ha amanecido.”
“Descendencia
de la mujer”, “que aplastará la
cabeza de la serpiente”; “estrella que surge de Jacob”, “león de Judá”, “aquel
a quien pertenece el bastón de mando y a quien rendirán homenaje las naciones”,
retoño de Jesé, llave de David, sol de justicia, manso y humilde de corazón, bueno,
justo, hijo de María, hijo del carpintero, profeta, Hijo del hombre, pan bajado
del cielo, puerta de las ovejas, vid verdadera, luz del mundo, camino verdad y
vida, testigo de la Verdad, buen pastor, resurrección, aquel de quien escribió
Moisés en la Ley y también los profetas, rey de Israel, y de las naciones,
príncipe de la paz, Emmanuel, el maestro y el Señor, Mesías, que bautiza con
Espíritu Santo y fuego, Hijo de Dios vivo, alfa y omega, primero y último,
principio y fin, retoño y descendiente de David, Lucero radiante del alba, uno
con el Padre, siervo, y amado del Señor en quien su alma se complace,
sabiduría, justicia, santificación y redención nuestra.
Nacido en Belén, de la descendencia
de David como José, su padre legal, perdemos su itinerario vital (en los
Evangelios), a partir de los doce años, en que su iniciación doctrinal a la fe,
con posibles influencias esenio-fariseas, fue completada: ¿Por qué me buscabais; no sabíais que debía estar en las cosas de mi
Padre? Lo volvemos a encontrar veinte años después, alrededor de sus
treinta años, cuando al acercarse al bautismo de Juan, comienza a ser
manifestado a su pueblo.
Puestos a deducirlo de su enseñanza,
en cierta sintonía con algunas orientaciones esenias, podemos preguntarnos sobre
la posibilidad de un acercamiento, en aquellos años, a la comunidad esenia de
Qumrán, siguiendo posiblemente a su primo Juan el Bautista en su retirada al
desierto, influyendo con su doctrina, en la espiritualidad esenia y en su visión
apocalíptica del Reino. Efectivamente el Evangelio de Mateo, nos presenta a Jesús
viniendo del desierto, al que fue empujado por el Espíritu a prepararse para su
misión, y en el que sería tentado por el diablo. La misma opción esenia de
salvarse mediante la huida del mundo, que evidentemente no gozó de las
bendiciones divinas, si tenemos en cuenta el fin de su opción monacal, pudo ser
también la tentación de Jesús frente a su misión redentora, que a través del
anciano Simeón le auguraba contradicciones extremas en sintonía con “Moisés y los
profetas”. También los esenios habían sido conducidos al desierto, lejos de la
corrupción y la violencia, ante la inminencia de la venida del Mesías, que era
evidente para quienes escrutaban las señales de los tiempos, y que impregnaba
todo aquel ambiente, y al que querían esperar estando en vela, en la
contemplación de las Escrituras, y mediante la purificación de sus pecados con
un bautismo regenerador, no sólo de la impureza legal, sino también moral.
No puede extrañarnos, por tanto, que
Jesús acudiera a este desierto, al que fue también conducido Juan el Bautista,
por el Espíritu, que lo había invadido desde el seno de su madre, para ser
preparado allí a su predicación y en el que sería investido de la fuerza y el
poder de Elías, para preceder al Señor en su ministerio de salvación. Allí
debería clamar la Voz del precursor para reunir a las ovejas dispersas,
purificándolas con su bautismo de agua, para perdón de sus pecados, dándoles
ojos para ver, oídos para oír y corazón para convertirse y ser curados.
Puestos a especular sobre aquellos
años, podemos imaginar posibles encuentros en su juventud, entre Jesús y Juan, en
los que habrían podido compartir, en numerosas ocasiones, las mociones
interiores del Espíritu que los impulsaba, y las inquietudes profundas que
suscitaba en sus corazones, disponiéndolos a entregarse totalmente a la
voluntad amorosa del Padre, sirviéndolo en favor de un pueblo, que se dilataba
misteriosamente ante ellos, como las estrellas del cielo o las arenas de las
playas marinas, perpetuándose eternamente en el amor. Zacarías, Isabel y
después José, los irían dejando en breve, llenos de gozo, habiendo contemplado el
madurar de su dorado fruto. Ese sería el momento que abriría la puerta de su
desarraigo, para introducirlos por la antesala del triunfo de la glorificación
de Dios.
Juan habría partido presumiblemente
el primero al desierto, donde habría permanecido hasta ser enviado a bautizar
por aquel que lo había llamado; allí lo encontraría Jesús para despedirlo de la
comunidad, mientras él permanecía anunciando a los esenios su doctrina y el
advenimiento de su Reino de paz y de justicia, invitándolos a adherirse a su
seguimiento, porque el tiempo apremiaba. También ellos formaban parte de las
ovejas perdidas de la casa de Israel a las que debía llamar, para que dejando
su justicia en las manos de Dios, pudieran recibirla gratuitamente de su
misericordia, salvándose así de aquella generación perversa que acabaría por
destruirlos.
Él debía, por su parte, regresar a
Galilea, cuna de las insurrecciones violentas, para proclamar el “Año de gracia del Señor”, recordándoles
que, “quienes hieren a espada, a espada
morirán”, también esto terminaría cumpliéndose tristemente en todas sus
revueltas, hasta la última de Simón bar Kojba, que aclamado incluso como mesías,
llevó a Judea a su mayor destrucción. Debería pasar después a Judea y subir
finalmente a Jerusalén, para que su Padre fuera glorificado en él.
El Dios de Abrahán, de Isaac y de
Jacob; de Moisés, de David y de los profetas, se ha manifestado plenamente en
Jesucristo, como Padre, y Señor del cielo
y de la tierra, que ocultando los misterios del Reino a sabios e inteligentes los
ha revelado a pequeños, pues tal ha sido su beneplácito. Único, conocedor del
Padre, el Hijo, revela su conocimiento a sus discípulos, para que cumpliendo su
voluntad, lleguen a ser sus hermanos, hermanas y madres, y así puedan un día
escuchar de sus labios: Venid, benditos
de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la
creación del mundo. Porque en vosotros tuve hambre, y me dieron de comer; tuve
sed, y me dieron de beber; era forastero, y me acogieron; estaba desnudo, y me vistieron;
enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y acudieron a mí.
De la misma manera que el Padre preparó
un Reino a Cristo, él lo prepara a sus discípulos, que creyendo en él, han
acogido al Padre que lo ha enviado; así,
llegado el momento, se sentarán con él, en el juicio a las doce tribus de
Israel, y presenciarán junto a él, siendo sus “pequeños hermanos”, el juicio a
las naciones; puesto de honor reservado a su lado, por el Padre. Habiendo acogido a Cristo, y
descendido sobre ellos el Espíritu Santo de la verdad, Gloria del Unigénito, según
la promesa del Padre y a petición suya, para aquellos que lo aman, permanecerá
con ellos para siempre. El Paráclito, les enseñará todas las cosas y
les recordará cuanto les fue dicho de parte suya, dando testimonio de él, a
quien el Padre ha entregado todo, para que lo que pidan en nombre suyo, les sea
concedido, puesto que lo aman y creen que salió de Dios, viniendo al mundo,
para regresar después a él con todos nosotros.
Cuando el Hijo, sea glorificado de
nuevo después de su vaciamiento obediente, libre y amoroso, glorificará a su
vez al Padre. También sus discípulos lo glorificarán, pero no ya en Jerusalén
ni en ningún otro monte, sino en el Espíritu y la Verdad, del amor en su
corazón, que como en un nuevo templo santo, lo amarán según su voluntad. Esta será
su casa de oración, que permanecerá limpia de la sumisión a los demás ídolos,
porque el Señor, en su venida gloriosa, acompañado de sus ángeles, arrancará de
ella, de raíz, toda hierba mala plantada por el enemigo, y pagará a cada uno
según su conducta, de amor y de perdón.
Sólo el Padre, sabe cuándo llegará este
momento, para que así vivamos siempre vigilantes, honrándolo en medio de cada generación
adúltera y pecadora, y el Hijo del hombre no se avergüence de ellos, cuando
venga a juzgar, en la gloria de su Padre con los santos ángeles; porque el
Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo, para que
todos lo honren como honran al Padre, ya
que quien que no honra al Hijo no honra tampoco al Padre que lo ha enviado.
El Señor, sabiendo que el Padre le
había puesto todo en sus manos, y habiendo llegado su hora de pasar de este
mundo al Padre, suplicaba así:
Padre
mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino
como quieres tú. Si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad.
¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; pero no sea lo que yo
quiero, sino lo que quieres tú. Padre,
que no se haga mi voluntad, sino la tuya. ¿Qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he
llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica
tu Nombre. Y perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen. Padre, en tus manos pongo mi espíritu.
Y como el Padre resucita a los
muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere. El
Padre que tiene vida en sí mismo; también le ha dado al Hijo tener vida, y siendo
su mandato vida eterna, ha enviado a Cristo; y le ha mostrado y enseñado y mandado
lo que tiene que decir y hablar. Las obras que el Padre le ha encomendado
llevar a cabo, las mismas que realiza, dan testimonio de que él lo ha enviado. Por
eso el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino que, lo que ve hacer al
Padre, eso es lo que realiza. Como el Padre quiere al Hijo, le muestra todo lo
que hace, le ha mostrado muchas obras buenas y él a sus discípulos de parte del
Padre, para que creamos que el Padre está en él y él en el Padre, de quien nosotros
decimos que es nuestro Dios.
Esta es la voluntad del Padre: que
todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que él le resucite el
último día; pero nadie puede acudir al Hijo, si el Padre que lo ha enviado no
lo atrae con lazos de amor. Quien acuda al Hijo, habiendo escuchado y aprendido
del Padre, no será ya echado fuera. No es que alguien haya visto al Padre, sino
aquel que ha venido de Dios; ése ha visto al Padre, y conocerlo a él, es conocer al Padre.
Lo mismo que el Padre ha enviado a
Cristo, que vive, el que lo coma, vivirá por él. El Padre que lo ha enviado da
testimonio en su favor, pero los que no creen, no conocen ni al Hijo ni al Padre,
como sus ovejas lo conocen. El Padre ama al Hijo, porque da su vida por sus
ovejas, para recobrarla de nuevo. Esa es la orden que ha recibido del Padre: El que ame al Hijo, guardará su palabra,
será amado por el Padre, y el Hijo le amará y se manifestará a él. El Padre y
el Hijo vendrán a él, y harán su morada en él.
Como el Padre amó a Cristo desde
siempre, así nos ha amado Cristo a nosotros, para que permanezcamos en su amor,
guardando sus mandamientos, como él guarda los mandamientos de su Padre permaneciendo
en su amor. Quien odia a Cristo, odia también a su Padre; ambos
han sido odiados sin motivo, por quienes no han conocido ni al Padre ni al Hijo.
El Padre, que le ha dado a sus ovejas, es más grande que todos, y nadie puede
arrebatar nada de la mano del Padre. Cristo y el Padre son uno. El Hijo del
hombre, es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello. ¿Cómo puede, pues,
decir alguno que el Hijo blasfema por haber dicho: “Yo soy Hijo de Dios”, aquel
a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo?
El Padre que permanece en Cristo es el que realiza las
obras. Si Cristo no hiciera las obras de su Padre no le creeríamos; pero si las
hace, aunque a él no le creamos, creemos por las obras, y así sabemos y conocemos
que el Padre está en él y él en el Padre. Cristo está en el Padre y el Padre
está en él. Conocer a Cristo, es conocer también al Padre; conocerlo y haberlo
visto, porque, el que ha visto a Cristo, ha visto al Padre. Aquel día podremos
comprender que Cristo está en el Padre y nosotros en él y él en nosotros.
En la casa del Padre hay muchas
mansiones; si no, nos lo habría dicho el Señor; que ha ido a prepararnos un
lugar. Nadie va al Padre sino por él. Todo lo que pidamos en su nombre, él lo
hará, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Esta palabra no es suya, sino
del Padre que lo ha enviado. El Padre es más grande que él. Cristo ama al Padre
y obra según el Padre le ha ordenado. La gloria del Padre está en que nosotros demos
mucho fruto, y seamos sus discípulos. Todo lo que Cristo ha oído a su Padre nos
lo ha dado a conocer, de modo que todo lo que pidamos al Padre en su nombre nos
lo conceda.
Oración de Cristo:
¡Padre
santo; que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también
sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Padre los
que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que
contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la
creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he
conocido y éstos han conocido que tú me has enviado.”
Cristo ha subido a su Padre y ahora también
Padre nuestro, a su Dios y ahora nuestro Dios, y como el Padre lo envió,
también él nos envía, mientras aguardamos la Promesa del Padre, que oímos de él:
Seréis bautizados con el Espíritu Santo,
que Jesús, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre.
El
Hijo Unigénito que está en el seno del Padre, él nos lo ha contado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario