El
Dios de Moisés
Preparando la gran epopeya del
Éxodo, la Escritura nos presenta a Moisés, elegido por Dios para protagonizar
la creación de un pueblo de su propiedad, partiendo de una realidad ínfima de
exclusión y sometimiento, que en realidad pudo tener origen en las raíces
cananeas de su opresión, que lanzaron a aquellos colectivos a Egipto en busca
de una tierra de promisión, ni más ni menos, que como sucede hoy con las
migraciones africanas a Europa o las centroamericanas hacia un norte opulento.
Si tratamos de desvestir al mítico
líder, y profeta inigualable, del halo del que fue revestido tan singular
personaje, a través de los tiempos en su progresiva historiografía, podemos
encontrarnos quizá, con un egipcio educado en la Guardería Real de Egipto,
escriba y jefe de escribas, apto conductor de caravanas, que en un momento
providencial es llamado por Dios de forma tan misteriosa, como lo fue Akenatón
para romper con el panteón egipcio constituyéndose en adalid del primer aunque fugaz
monoteísmo conocido. Revestido ya desde su nacimiento con el mito del acádico
Sargón, y viendo la luz en medio de una matanza de niños, idóneo para registrar
acontecimientos, trazar rutas y constituirse en cabeza de la mayor aventura de
la historia, llamada a encarnar en un pueblo la revelación del Dios único,
creador del cielo y de la tierra.
El Éxodo, aparece como la
oportunidad única, insólita e irrepetible con éxito, de una sedición acaecida
frente a un todopoderoso faraón, por parte de un contingente de esclavos,
guiados por nuestro Moisés, ayudados por acontecimientos trascendentales de la
naturaleza, atribuibles perfectamente a la providencia divina que gobierna ciertamente
la historia, y la conduce a un punto omega de plenitud ultramundano. Un faraón
atemorizado por los acontecimientos con los que fue sacudido su reino por parte
del cielo, facilitaría la salida de la oprimida multitud alzada en rebeldía.
Científicos modernos hacen notar las consecuencias reales que alcanzarían a
Egipto, con motivo de la inenarrable erupción volcánica de Santorini que fue
contemporánea al Éxodo, y que dada su situación geográfica frente al delta del
Nilo, a escasos ochocientos kilómetros de distancia, habría cubierto de
oscuridad y cenizas a Egipto, causando además un tsunami de tal magnitud, que
habría alcanzado a Egipto en pocas horas, infestándolo después de ranas,
mosquitos, langostas, etc.
El pistoletazo de salida de aquella
aventura social y religiosa que se habría ido fortaleciendo en su peregrinación
a través del desierto, creando y estrechando lazos entre aquella gente que
había roto prodigiosamente el cerco de Egipto, conducida por Moisés, quedaría
inmortalizado en la noche de la Pascua, como memorial sagrado del tránsito
entre la esclavitud y la libertad, la tristeza y el gozo, la muerte y la vida,
por obra del potente brazo de Dios, con el que a través de la historia iría
arrastrando generación tras generación, a cuantos se acogen a su poder
invocando su Nombre.
El liderazgo de Moisés se habría ido
consolidando a la sombra de la nueva fe, comenzando por constituir como
verdadero pueblo, dotando de leyes y de una incipiente historia en común a
aquellos fugitivos, alcanzados gratuita y misericordiosamente, por la
complacencia divina. Con su llegada a Siquén, se produciría la fusión de
aquella confederación trashumante, con aquellas tribus del norte que no habían
bajado a Egipto, y que deberían asumir, no sin dificultad, su adhesión a aquella
fe en Yahvé, que ahora los constituía, frente a dioses y creencias ancestrales
de las distintas facciones. Tendrían que pasar todavía siglos, hasta que
cristalizase un primer intento de unificación religiosa a cargo de Josías, que sólo
llegaría a ser estable un siglo después con el judaísmo de Esdras en Jerusalén.
En cuanto a la figura de Moisés, el
disolverse en el desierto tanto su vida como su cuerpo, haría posible la idealización
permanente de su mítica aureola de héroe legendario, para convertirse en modelo
irrepetible, e insuperable hasta la llegada del Mesías, llamado a centuplicar
los prodigios del Éxodo. Naciendo como Moisés en medio de una matanza de niños,
y ascendiendo a lo más alto desde su humilde cuna, para convertirse de salvado
en Salvador, y de siervo en Señor.
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