LAS SAGRADAS ESCRITURAS IV El principio del fin y la sinagoga de Satanás


El principio del fin y la sinagoga de Satanás (Ap 2, 9).


            Si bien las consecuencias del drama histórico de la libertad humana comienzan en el Paraíso con la sentencia divina dirigida a la serpiente: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar”, continuaremos con nuestra reflexión, en un punto ya próximo a su cumplimiento en la plenitud de los tiempos, asomándonos de nuevo a la historia del pueblo elegido para testificar el misterio escondido del plan amoroso de Dios, y encarnar su voluntad misericordiosa respecto a la criatura creada a su imagen y semejanza, y predestinada a la santidad en su presencia por el amor.

            De forma semejante a aquella primera seducción perpetrada en el Paraíso para apartar al ser humano de la comunión con Dios, la serpiente antigua, camaleónica en el devenir de la historia, acecha de nuevo para atacar con furor al “pueblo consagrado”, en su propia tierra, suscitando de entre sus inconscientes secuaces, “un renuevo pecador: Antíoco Epifanes.” Es entonces, cuando contra el intento seléucida de helenización de Judea, se produjo la revuelta de los Macabeos, a la que se unieron los Asideos (jasidines: justos, piadosos), facción fundada probablemente entre los seguidores del Sumo Sacerdote Onías III, al que se atribuye el apelativo de “Maestro de justicia”, que aparece en los manuscritos de Qumrán, y que murió asesinado por el impío Menelao, truncándose así la dinastía de los Oníadas, al ser eliminado el último sacerdote sadoquita legítimo. Su sumo sacerdocio fue usurpado por su hermano Jasón (Jesús), que lo adquirió por dinero, de Antíoco IV (el loco). Onías IV, por su parte, impedido para suceder legítimamente a su Padre en el sumo sacerdocio, se exilió en Egipto, fundando en Leontopolis un templo a imitación del de Jerusalén, que permanecerá hasta el año 74 d.C.

            Tras la precaria victoria macabea del 165 a.C., y la muerte de Judas Macabeo, le sucede su hermano Jonatán el 152 a.C., que a través de un pacto con Alejandro Balas, es reconocido como Sumo Sacerdote, dando así origen a la nueva dinastía -no davídica- de los Asmoneos, y que con Simón Macabeo al frente, se hará hereditaria en el 141 a.C., aunando tanto el poder político como el religioso del sumo sacerdocio. El consecuente desprecio del mesianismo davídico heredero de la bendición divina, unido a la corrupción del culto y del poder unificador sacerdotal ungido por Dios, abriría las puertas al enemigo ancestral disgregador, que unido al poder opresor secular romano, se aliarían, ante el advenimiento del Mesías salvador, redentor de la humana esclavitud y destructor del corruptor universal.

            Ante semejante corrupción en las instituciones judías, se produce entonces la separación entre Asmoneos y Asideos, y de estos últimos surgen a su vez, fariseos y esenios; éstos, se precipitarán en el año 52 a.C., en el abismo del cisma: “Los hijos de la luz”, cortando con el corrupto judaísmo oficial de Jerusalén, y abandonando el culto del templo, marchan al desierto en busca de su “camino” de salvación, centrados en las Escrituras, pre canónicas, de la incipiente biblia hebrea, fundando la comunidad apocalíptica esenia de Qumrán, que después de haber escuchado posiblemente, la Buena Nueva de la inminencia del Reino, será arrasada por Roma el año 68 de nuestra era, quedando como Moisés en el desierto, a las puertas de la “tierra prometida” del Evangelio de Cristo. (Podemos pensar ahora, si no fueron también los cismas cristianos, de la Iglesia de oriente y de la “reforma protestante”, los que gestaron y abrieron las puertas al “dragón rojo” que escupió muerte y destrucción desde 1917, en todo el occidente cristiano, como lo había hecho en 1517 con el cisma luterano y en 1789 con la revolución francesa).

            Mientras tanto, los zelotes, inconformes con la corrupción y la injusta dominación y explotación romana, en busca de la restauración de un reino judío de este mundo con el esplendor de otros tiempos, seguirán promoviendo la subversión violenta con la espada, intento tras intento, y propiciarán que a partir del año 70, se produzcan las mayores aniquilaciones judías de su historia, la destrucción de Jerusalén, y la definitiva ruina del Templo, privado ya de la presencia de la Shekiná divina desde la muerte de Jesús de Nazaret, en la plenitud de los tiempos, habiendo ignorado el “Día de su visita”, vaticinado por “el Profeta”; “el Ángel de la alianza” deseado: Mientras Jesús era sacado de la ciudad para ser crucificado, la gloria de Dios abandonó el Templo, y con su muerte, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo, no teniendo ya nada que velar; tembló la tierra, se oscureció el sol y toda la tierra quedó en tinieblas. ¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién se mantendrá en pie cuando aparezca?, había dicho Malaquías. Según el historiador Flavio Josefo, se calculan en más de un millón, las muertes de los judíos masacrados por Roma con la última revuelta del año 135.

            Como consecuencia de la progresiva ruina de Judea, y la prohibición a los judíos de residir en Jerusalén, los fariseos que habían aportado una cierta espiritualidad y una ética progresistas, con el rechazo del mesianismo de Jesús de Nazaret, cortaron con la fidelidad a la Nueva y Eterna Alianza, y se radicalizaron ahora, dando origen al “rabinismo”, con Yohanan ben Zakkai, que obtuvo de Tito la autorización para fundar en Yabné una universidad rabínica, dando así mismo, origen, a partir del siglo III, al actual judaísmo, nueva religión sectaria, rigorista, y cerrada, respecto al judaísmo tradicional del siglo I, digamos más ecuménico, en cuya legitimidad se mantuvo el Nuevo Testamento cristiano con su apertura universalista a la revelación divina y a la vocación a la fe de todas las naciones.

            Este fue también el tiempo del afianzamiento saduceo, surgido de la aristocracia judía, que rechazando también el mesianismo judío, permanecerán continuamente unidos a la corrupción reinante en el poder constituido, amantes de la riqueza proveniente del culto del templo, defensores de su estatus de privilegio y escandalosa opulencia frente a la pobreza del pueblo, serán colaboracionistas inveterados de los dominadores de turno. Roma, frente a los conflictos entre fariseos y saduceos, manteniéndolos en el sacerdocio, asume, por su parte, el poder político, delegándolo en su vasallo, el idumeo Herodes (el Grande), y sus descendientes.

            Los saduceos progresivamente irían acaparando el Sanedrín y la casta sacerdotal, tanto en tensión como en connivencia con los fariseos, y en el momento crucial de la historia, unidos como Herodes y Pilatos, conseguirán del poder romano, la condena a muerte de Jesús de Nazaret, que anatematizaba su corrupción, y al que seguirán persiguiendo ininterrumpidamente en sus testigos, como muestra ya el Nuevo Testamento, en el que Juan llega a describirlos, como aquellos que: “se llaman judíos sin serlo y son en realidad una sinagoga de Satanás(Ap 2,9); judíos que expulsarán a los judeocristianos. Recordemos que en el año 90 d.C. Gamaliel II, rector de la Academia rabínica farisaica de Tiberíades, primero en presidir el Sanedrín después de la destrucción del Segundo Templo, concretizó la expulsión de los judeocristianos, incluyendo en la decimosegunda bendición sinagogal una maldición contra "los nazarenos", que como es lógico, provocó que los cristianos dejaran de asistir a la sinagoga, para no tener que maldecirse a sí mismos: "Dejad que los Nazarenos y los herejes perezcan en un instante. Permite que sean excluidos del libro de los vivos y permite que sean separados de entre los justos."

            Actualmente, el bimilenario anticristianismo militante, que parte del primer siglo, en una actuación propia del Anticristo y que ha sobrevivido al "Reino cristiano de los mil años" preconizado por el Apocalipsis, continúa camuflado a través de los siglos, en el secretismo de las logias, en un intrincado contubernio polifacético, al que se atribuye el acaparamiento actual de la economía global, y la trama secreta de un “nuevo orden” geofinanciero, que legitime su hegemónica dominación sobre una humanidad inconscientemente ignorante, y que empleará cualquier medio a su alcance para destruir el Reino de Cristo en la tierra, subsistente en la Iglesia Católica, tratando de conseguir así la implantación de una era poscristiana, gnóstica y luciferina, de retorno a un paganismo fatal, y oscurantista, travestido de luminosidad infernal, bajo el imperio de las tinieblas abismales y el caos.

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