El testimonio del amor

EI testimonio del amor


Cuando en los domingos de Pascua los hermanos salen a la plaza de la parroquia a danzar cantando en círculo con sus hijos, entorno a la cruz y al icono de la Virgen, sin ninguna pretensión proselitista, pero con una profunda alegría que transmitir y una experiencia de la misericordia de Dios que propagar, es Dios quien atrae a ellos a los tristes, frustrados o desesperados que no encuentran sentido a sus vidas ni a una religiosidad puramente superficial, pero que ven el gozo de unos hermanos como ellos, unidos y en comunión, que les hacen presente una vida de fe, que puede también testificarse en un segundo momento con palabras auténticas de la Buena Noticia de Jesucristo vivo en medio de ellos. Así lo vio la Iglesia en los primeros tiempos, cuando escribió: "Los paganos decían: ¡Mirad como se aman!"
Ahora que las ciencias quieren avasallar todos los campos del saber y del creer por medio de la exaltación ideológica de la razón y la divinización o absolutización de sus luces, deberíamos recurrir a su mismo escepticismo dubitativo para apoyarnos y afianzar nuestra certeza, como hizo la Iglesia en sus orígenes, en la consistencia del testimonio vivencial del amor: "mirad cómo se aman". Son un solo corazón y una sola alma. Ya decía san Antonio de Padua que: “La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras. Cesen, por favor, las palabras y sean las obras quienes hablen. Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras, y, por esto, el Señor nos maldice como maldijo aquella higuera en la que no halló fruto, sino hojas tan sólo. «La norma del predicador -dice san Gregorio- es poner por obra lo que predica».
Si profesamos un Dios de amor, es inútil apoyarnos en ideas y en razonamientos que nos han hecho perder tanto tiempo en controversias, frente a quienes argumentan sin más fundamentos que sus propias palabras y que lo único que han conseguido es acrecentar el número de los ya de por sí innumerables tratados, condenados a recubrirse del polvo del tiempo y del olvido. Hechos son amores

Frente a la deconstrucción sistemática de las certezas de la fe, de la Revelación y de la misma naturaleza, en aras de una pérfida ideología deshumanizadora y corrompida, no hay más dialéctica posible que la del amor. No se trata de descubrir el fuego, sino de encenderlo, que para eso vino ya hace dos mil años el Hijo de Dios: "He venido a encender un fuego sobre la tierra, y que angustiado estoy hasta que se cumpla." Pero una vez encendido, este fuego celeste de la naturaleza divina, debe ser mantenido ardiente, so pena de hacer estéril su sacrificio: "Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado; lo que os mando es que os améis los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os tenéis amor los unos a los otros".
Mientras el mundo habla, los que nos decimos discípulos somos llamados a hacer visible con el amor que nos ha sido dado, al Dios que el mundo niega con su razón ebria de sí. No se trata de que especulen, sino de que se rindan ante la evidencia trascendente de aquello que suspira en lo más íntimo de su frustración profunda.

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