El principio antrópico


El principio antrópico


      La afirmación de que el universo en sus dimensiones espació-temporales, de tamaño y edad, nunca mejor dicho astronómicas y en su perfección imponderable, no representa en absoluto un exceso o despilfarro de fuerzas, materia, energía, espacio y tiempo, sino la medida justa y apropiadamente sabia y necesaria para la formación de la vida en este planeta totalmente único y excepcional llamado Tierra, situado de forma providencial en el Sistema Solar y en el lugar apropiado de la Vía Láctea, supone que el universo, tal como es, responde al proyecto de una sabiduría y un poder infinitamente superiores, finalizado a la fusión de las naturalezas física y    espiritual en un ser que llamamos "hombre", destinado a una existencia perdurable tan prodigiosa y exclusiva como su origen que denominamos Bienaventuranza: relación íntima y personal con el Creador, origen y Señor del universo.

     Si un viaje de los cosmólogos en retroceso a través del tiempo y el espacio al encuentro del Creador* es maravilloso, lo es sobre todo, porque nos conduce y nos sitúa ante las profundidades de su Ser, de su Yo, y porque la realidad misma de su creación, no se agota con la existencia de la criatura humana, sino que se perpetúa con su destino de comunión y la eterna bienaventuranza, junto al que lo concibió y lo plasmó según su propia imagen y semejanza.
Cuanto nos ha conducido a este presente, nos proyecta al encuentro perdurable que da sentido a tanta grandiosidad, llamada a su vez a una transformación inimaginable pero que podemos intuir gracias a la contemplación de la portentosa realidad en la que hemos sido inmersos instrumental y temporalmente.

     Como dice Hugh Ross haciéndose portavoz de los más grandes cosmólogos: Tolomeo no andaba tan desencaminado cuando situaba la Tierra al centro del universo, que aun aceptando que  no  ocupe ese lugar geográficamente hablando, lo ocupa ciertamente en lo biológico y en lo trascendental de su existencia y su destino.
                                                                 
     "Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado. ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad; le diste el mando sobre las obras de tus manos; todo lo sometiste bajo sus pies. Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la Tierra."

      Admitiendo que la Tierra no es físicamente el centro del Cosmos, como parecía haber quedado demostrado por la ciencia, aunque también eso se pone en discusión en estos tiempos, ciertamente lo es metahistoricamente hablando, al ser el punto alrededor del cual giran en el tiempo los destinos de la creación entera, que ha alcanzado en Cristo su plenitud, y que en él será recapitulada en Dios.

       Cuna en la que ha sido mecida la vida y escenario del drama amoroso de la libertad, la Tierra ha sido elegida por el Creador, para engendrar innumerables hijos para su gloria eterna.
      Por más que el hombre se dé a la imposible tarea de escudriñar el universo entero, no le será posible hallar gloria mayor que aquella que le ha sido concedido desempeñar a nuestra Tierra, en la que Dios ha manifestado la grandeza de su inefable amor.
                                                                                                                      www.jesusbayarri.com
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*cf. Hugh Ross Ph. D. "Viaje hacia la creación" (http://conozca.jimdo.com/vida/).

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