Abrir las Escrituras

Abrir las Escrituras


¿Hay una forma nueva de interpretar las Escrituras?; ¿una forma distinta de entenderlas, de leerlas?


      Las Sagradas Escrituras, como el universo entero o los múltiples hipotéticos universos, no solamente físicos sino también espirituales, poseen un mismo, llamémosle ADN constitutivo de toda la creación, que los hace participar de la naturaleza de su creador, por  quien están destinados a su plenitud. Están escritas, podemos decir, en clave; hay una llave para abrirlas, que nos permite penetrar en su significado, comprenderlas, y acceder a su conocimiento profundo, no sólo racional, sino vital. Según la llave de que nos valgamos para adentrarnos en ellas, nos mostrarán un texto diferente; según las preguntas con las que nos acerquemos al texto, nos responderá de forma particular. Los ojos son las ventanas del corazón, y y según lo que cada uno lleve en él, verá el texto en forma distinta; un texto distinto, según aquello que dice el Evangelio: "La lámpara de tu cuerpo es tu ojo... pero si la luz que hay en ti es oscuridad, qué oscuridad habrá.

      Todos tenemos "espíritu, mente y voluntad", que las Escrituras denominan con la palabra "corazón", pero el abismo del corazón tiene un contenido distinto en cada ser humano.  Ese contenido es el que forma la propia clave de lectura de las Escrituras; su propio "password" personal; su propia contraseña de acceso, como se dice ahora.

La clave en la que han sido inspiradas las Escrituras es: "Dios es amor". Con esta clave, para un cristiano todo se ve en tres dimensiones: fe en la misericordia omnipotente del Padre, amor del Espíritu Santo y esperanza en el Hijo que está presente, volverá, y nos llevará con él. Para un judío la clave sigue siendo el amor de Dios y su esperanza en el Mesías, aunque no tenga para él el nombre propio que a nosotros se nos ha revelado. Pero le falta el Espíritu Santo que hemos recibido en el bautismo por la fe en Jesucristo, y que derrama en nuestro corazón el amor de Dios. Un judío no puede creer que Jesucristo sea Dios. Es imposible para él, porque en el momento en que lo crea deja de ser judío para ser cristiano. Así le ocurrió a Saulo de Tarso y se convirtió en san Pablo; también a Edith Stein para convertirse en santa Teresa Benedicta de la Cruz, y a tantos otros.

        Podemos prestar a cualquier persona nuestra llave del amor de Dios para leer la Escritura, y si lee, por ejemplo: "Ahora mi alma está angustiada; mi alma está triste hasta el punto de morir, el texto se transformará en: Te amo hasta el punto de morir de tristeza y de angustia por ti. Pero si ponemos esta llave en su corazón por la fe en Jesucristo, el texto se transformará ahora en: El Señor me ama, hasta el punto de morir de tristeza y de angustia por mí.

           En la misma clave que han sido escritas las Escrituras ha sido escrito el Cosmos, en el que Dios se revela "ad extra", para hacernos comprender la grandiosidad de nuestra pequeñez ante la inmensidad de Su amor, y reconozcamos la belleza, la bondad y la verdad que es Dios.

      Cuando los discípulos predican el Evangelio diciendo: ¡Dios es amor!, van transmitiendo por doquier el ADN que es capaz de regenerar la creación entera; esta clave del amor de Dios, va dando sentido a la existencia, y situando al hombre en el centro de la creación elegido por Dios para que se dé el encuentro con él en su propio Hijo. San Marcos dice expresamente: "Anunciad el Evangelio a toda la creación", y también san Pablo dice que la creación entera gime con dolores de parto, aguardando la manifestación de los hijos de Dios. Si la creación entera tiende desde su origen a la fusión entre la materia y el espíritu en el ser humano, predestinado a recibir el soplo amoroso de su creador, la nueva creación es regenerada por la redención de Cristo en el ADN del amor de Dios, a cuya plenitud camina, y en el que tuvo su principio.
                                                                                                            jesusbayarri@me.com

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