El hombre

El hombre.

En el principio sucedió que sobre las tinieblas de la nada, con la Palabra del Señor irrumpió la luz del ser y de la vida que estaba en Dios eternamente, y así como culmen de la creación, fue hecho el hombre: luz, en el espacio, el tiempo y la existencia.
Hubo un primer "momento", y para Dios un día es como mil años y mil años como un día, en el que Dios "modeló al hombre del barro de la tierra a través del proceso evolutivo de la materia y de la vida, y mediante las leyes de su sabiduría, hasta llevarlo a una perfección tal, a una plenitud de su cuerpo humano, de su carne, que le permitiese recibir espíritu.
Hubo un segundo "momento" en el que al recibir el "soplo divino", el hombre despegó del resto de la creación realizándose en él un salto ontológico sin igual en toda la naturaleza creada, que condicionaría la perfección posterior de su cuerpo y de su espíritu,  situándolo en una "condición de libertad" necesaria para poder amar, en relación con Dios, con los demás hombres y con toda la creación. Así comenzó su actividad humana responsable y libre, y se encendió su luz.
Entonces puso Dios al hombre ante los caminos de la vida y de la muerte, y el hombre: vino a ser: luz, y libertad, en el espacio, el tiempo, y la existencia. Pero el hombre eligió el camino de la muerte, y se apagó su luz, y el hombre: tuvo miedo, y vino a ser esclavo1 en el espacio y el tiempo de su existencia. “Se dio cuenta el Señor de que el hombre era incapaz de llevar sobre sí su luz, y tuvo que esconderla bajo su trono hasta que viniera el Mesías.2 Él daría a los hombres ojos nuevos: “un corazón nuevo y un espíritu nuevo” y traería la Luz. Por eso al llegar Cristo, decía en su predicación. “Yo soy la luz del mundo; el que me ve a mí, ve al Padre”; Dios es luz, en él no hay tiniebla alguna. Y trajo la luz a los ciegos y a cuantos vivíamos en tinieblas. Por esa razón y mientras tanto, el cuarto día de la creación, Dios creó el sol, la luna y las estrellas que alumbraran de día y de noche hasta que el hombre fuera nuevamente luz, y fueran creados cielos nuevos y tierra nueva.3 Así lo anuncia Juan en el Apocalipsis cuando describiendo la Nueva Jerusalén (21, 23) dice: "La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero. Las naciones caminarán a su luz."
Y Dios llamó al hombre y le dijo: Abandona en mí tu corazón y tu cuidado y toda tu esperanza, y así lo hizo Abraham, y así el hombre volvió a ser en el tiempo, el espacio y la existencia amigo de Dios. Y así nació la fe.
Y escuchó Dios, y vio y conoció los sufrimientos de su pueblo (Ex 3, 7), y de noche bajó a Egipto, y cambió la noche en día y en vigilia de esperanza: La noche fue clara como el día, y así nació la Pascua del Señor. Y fue el hombre amigo de Dios en la fe y en la esperanza, en el tiempo, el espacio y la existencia.
Envió después Dios a los profetas para recordarnos siempre a los hombres su Alianza universal de amor, y para que no se extinguiera en nosotros nunca la esperanza, hasta que viniera Cristo, nuestra Pascua, a darnos de nuevo la libertad, y así llegáramos a ser en el espacio, el tiempo y la existencia: luz y fe y esperanza, y libertad para poder amar.
Y Resucitó el Señor y nos entregó su Espíritu y nació la Iglesia, y el hombre llegó a ser hijo de Dios. La vida precaria en este mundo ya no volverá a ser lo que fue, porque se ha abierto una brecha en medio de la muerte fatal. La vida celeste ha irrumpido en el infierno. La noche sempiterna se ha vuelto clara como el día. Las cadenas de la esclavitud han sido rotas, y Adán se ha desembarazado de su culpa. Por la generación nos alcanzó la condena de la desobediencia, y por la regeneración de la fe, la gracia de la sumisión.
1 cf. Hb 2, 15.
2 Comentario rabínico.
                                          www.jesusbayarri.com

3(cf. F. Manns, Introducción al Judaísmo, cap. VII, pp. 141s.)

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