Pensando en Dios


Pensando en Dios


         Cuando pienso en Dios, ciertamente que mi razón se enfrenta siempre con el muro insalvable de la pregunta: ¿Cómo puede tanta perfección, grandiosidad, amor, poder y gloria, existir desde siempre sin causa alguna que le haya dado el ser, en lugar de que nada semejante exista y por tanto nada podría haber existido de cuánto existe? Abismo insondable para mi mente el pensar siquiera en el concepto "siempre", sin un principio por antiguo que fuera, que se le pudiera atribuir como a cualquier cosa. La reducción al absurdo se hace totalmente insignificante ante el testimonio de la realidad y la perfección que irradia. Basta el pensar en las dimensiones del universo realmente incomprensibles aunque verbalmente cuantificables, al hablar sin estupor de espacios de miles de millones de años luz, de miles de millones de galaxias y de estrellas, o de cualidades tan asombrosas en el campo de las cuasi infinitesimales partículas elementales, como las del escurridizo bosón de Higgs: La "maldita partícula" que ha venido a ser impropiamente denominada "la partícula de Dios" por aquellos medios a los que poco importa la autenticidad, frente al interesado aplauso de una opinión pública sin más criterio que el sensacionalismo morboso.

         Tamañas maravillas son desde cualquier punto de vista inconcebibles, pero por más inexplicables que nos resulten, están ahí. Nada más tozudo que los hechos para imponerse a nuestra indoblegable razón ebria de sí. Como dicen Lederman y Teresi: "Si el universo es la respuesta, ¿cuál es la pregunta?"

       La imponderable magnificencia de la creación testifica contra la capacidad de nuestra mente para alcanzar a comprender tanta inmensidad, y mucho más contra la posibilidad de aferrar un interlocutor con un poder, sabiduría e inteligencia tales como para formularle la pregunta. En cambio, la realidad como creación, testifica a favor de la sumisión de la mente y la voluntad a su testimonio, confesando a su creador, aferrable sólo por la fe. Sin duda es más asequible aunque no más racional, atribuir al azar o a la nada la auto creación del universo que aceptar el testimonio de su creador.

         Para que el universo pueda crearse de la nada, según Hawking, es necesaria una fluctuación en el vacío cuántico, habiendo alcanzado el verdadero vacío, "la nada", -ya que un falso vacío como el campo de Higgs, podría caer en un vacío verdadero por fluctuaciones cuánticas- es necesario, por tanto, que algo y no la nada hubiera podido fluctuar con anterioridad a la existencia del universo, y que para Hawking habría sido una tal gravedad, considerada tranquilamente ajena al universo y no una propiedad del mismo: preexistente, autosuficiente y en definitiva increada y eterna como Dios, innombrable científicamente, cuya "inexistencia" postula Hawking como en otro tiempo lo hiciera Kant de su "incognoscibilidad", para poder situar al hombre al centro de la realidad, pero no como su finalidad, sino como origen de la misma. Hawking está dispuesto a creer, lo que es incapaz de demostrar: la atribución a la "omnipotente" gravedad de esas cualidades divinas. Y está dispuesto, porque en este caso resulta ser él, el autor de esa fe, a la que todos deben asentir en nombre de su ciencia. El amigo Hawking parece haber comido de aquel mítico fruto "excelente para lograr sabiduría" cuya degustación recibiría como premio el cumplimiento de aquella sentencia: "seréis como dioses", pero que en el transcurso de la historia se ha acreditado como la "mentira primordial".

      La credulidad de los incrédulos es proverbial, y sus conquistas científicas no alcanzan a disimular la magnitud de su ignorancia. Su problema como dijo Chesterton, no es el que no crean en nada, sino el que se lo creen todo y comulgan "científicamente", eso sí, con ruedas de molino, o como dice el Evangelio: cuelan el mosquito para tragarse el camello.


    ¿De dónde, o de qué, aparecería en el punto cero anterior al Big Bang esa llamémosle concentración energética, y qué la haría posible y la mudaría después para hacerla explosionar? Sin duda debe ser muy razonable y científico decir que estuvo ahí desde siempre, que el azar fue quien la formó y quien pulsó el interruptor cósmico que prendió la mecha de la "gran explosión".

     El mismo "vacío cuántico" de Hawking debería ser gobernado por leyes físicas, en este caso por la gravedad, que si Dios no existe debería haberse constituido eternamente de la nada por sí sola o por el azar, con la capacidad de producir no sólo uno, sino innumerables universos, de los cuales, por cierto, no tenemos más pruebas científicas que unas elucubraciones matemáticas sobre el tiempo imaginario en apoyo de sus teorías. Sería capaz también de crear la energía, la materia, y el tiempo, y consecuentemente la justicia, el bien, la libertad, y por fin el amor, y también sus contrarios: la injusticia, el mal y el odio, que al no existir Dios prolongarían su dialéctica hasta una incierta síntesis, que extrapolando los datos de la historia humana, conduciría, contra Hegel, más que al "espíritu", al cataclismo cósmico "absoluto".

      Si la inteligencia de los sabios no ha sido capaz de proyectar más que un poco de claridad, apenas al cinco por ciento de cuanto compone este universo, eso debería hacerlos humildes, o al menos incapaces de atreverse a negar lo que esplendorosamente proyecta más luz que la razón humana sobre toda la materia o la energía oscuras en la contemplación del cosmos, y sobre el amoroso drama histórico de la libertad humana.

Pbro. Jesús Bayarri Haya
  jesusbayarri@me.com                  www.jesusbayarri.com

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