ORIGEN, MANIFESTACIÓN Y DEFENSA DE LA VIDA HUMANA

 ORIGEN, MANIFESTACIÓN, Y DEFENSA DE LA VIDA HUMANA 

 

          Dios, origen de toda vida, y Padre de su Verbo, engendrado por él eternamente en el Espíritu Santo; Dios por quién y para quién son todas las cosas, Bonum Diffusivum Sui, concibió, amó y creó la criatura humana, llamándola a participar de su ser, de su vida y de su naturaleza divina, capacitándola para relacionarse con él en el amor.

          Para llevar a cabo su proyecto, en el comienzo de la creación, permitió que tuviera lugar, como afirman los cosmólogos, una milagrosa e inexplicable “anomalía” física, que diera lugar a la aparición de la materia, como soporte adecuado, capaz de recibir espíritu, y dar así origen a la “vida humana”, que según Tomás de Aquino, constituye el escalón más elevado de la creación, hacia la cual tiende la materia como a su forma, siendo el ser humano la meta de todo lo creado (Summa contra Gentiles 3, 22). El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo, viene del cielo. Como el hombre terreno, así son los hombres terrenos; como el celeste, así serán los celestes. Y del mismo modo que hemos llevado la imagen del hombre terrestre, llevaremos también la imagen del celeste (1Co 15, 47-49). En efecto, todo lo humano ha sido llevado a plenitud en Cristo.

          Investida por el creador de su fecundidad, la criatura humana recibió así la capacidad de trasmitir la imagen divina, que ella misma había recibido en aquel “Hagamos” divino que le dio el ser: “Sed fecundos, llenad la tierra y sometedla,” dispuso el Señor, y desde entonces: engendrar, concebir y gestar, serían tarea del amor humano, en espera de la manifestación del fruto, que llegado a su plenitud en lo escondido del seno materno, sería dado a luz, revelándose a través de sus obras.

          Todo intento premeditado de aniquilar el proceso creador de una vida humana, será, pues, ineficaz, una vez realizada la concepción, habiéndose trasmitido ya la imagen divina, por la que se alcanza a la nueva criatura, la participación en el ser del creador. Del ataque directo a la vida, se pasó entonces a atentar contra la fecundidad misma, a través de la anticoncepción, sea física que químicamente, abriéndose todavía más, un horizonte ilimitado al aborto, con el agravante de una legislación, que tomando origen de los totalitarismos ha sido asimilada por sistemas que se autodenominan democráticos, y que no contentos con atentar contra la castidad conyugal, violan la justicia y el precepto divino que defiende la vida. Era previsible, por tanto, que el ataque del enemigo de la vida, se haría cada vez más furibundo, hasta conseguir alcanzar la etapa sucesiva en favor de la eutanasia, por aberrante que pueda ser. 

          “La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida (Donum vitae, 1, 1)”, como afirma el CIC en su número 2270.

           Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado” (Jr 1, 5). “Y mis huesos no se te ocultaban, cuando era yo hecho en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra” (Sal 139, 15).

          Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral”, como afirma el nº 2271, del CIC.

          “No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido” (Didajé, 2, 2; cf. Epístola Seudo Bernabé, 19, 5; Epístola a Diogneto 5, 5; Tertuliano, Apologético, 9, 8).

          “Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión que deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes abominables” (GS 51, 3).

          La cultura de la vida, como el bien, es a veces silenciosa y lenta, pero no por ello deja de escribir las páginas más luminosas de la historia humana. Instancias eclesiales han promovido múltiples iniciativas también a nivel cultural y científico, a favor de la vida: la Pontificia Academia para la vida, el Consejo Pontificio para la Familia, el Pontificio Consejo para los agentes sanitarios. Instituciones que han surgido bajo la sombra y el impulso del «Evangelio de la vida».

          “El «pueblo de la vida» se alegra de poder compartir con otros muchos su actuación, de modo que sea cada vez más numeroso el «pueblo para la vida» y la nueva cultura del amor y de la solidaridad pueda crecer para el verdadero bien de la ciudad de los hombres” (Evangelium vitae n. 101).

                                                 www.jesusbayarri.com

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