Viernes 4º de Pascua
(Hch 13, 26-33; Jn 14, 1-6)
Hemos nacido en el corazón del Padre y a
él nos encaminamos a través de Cristo, que viene a nosotros de junto a Él, nos
rescata de nuestro extravío y nos precede en nuestro regreso como hijos suyos: “Subo a mi Padre y (ahora) vuestro Padre”. “Nadie va al Padre sino por
mí” (Camino); “el Padre mismo os ama” (Verdad); “el que me coma vivirá por mí”
(Vida).
Nuestra vida es caminar al Padre;
progresar en el amor hasta alcanzar su plenitud, en Cristo, viviendo en él, permaneciendo
en él. El sentido de nuestra existencia es alcanzar la comunión con Dios, a
quien Cristo ha venido a revelarnos como Padre, Hijo y Espíritu Santo, y así conducirnos
a Él, a su casa, a su conocimiento, comunicándonos su propia vida. Cristo es, pues,
el camino al Padre, y por
la fe en él, estamos en vías de salvación; Cristo es la verdad de su amor, y
nos lo ha mostrado con su entrega, y es la vida divina que recibimos con su
Espíritu. Camino, verdadero y vital. Sólo si creemos en la verdad de su palabra
y de su amor, podremos seguirlo y alcanzar la meta de la vida eterna que está
en él. Cristo revela al Padre no sólo con sus palabras, sino también con su
persona, porque él es la verdad visible del Padre siendo uno con él, en el amor
del Espíritu Santo; quien le ve a él, ve al Padre; el Padre está en él y él en
el Padre. Quien cree esto, apoya su vida en Cristo, obedece a su palabra, le
sigue en la misión, y permanece en él.
Hoy la Palabra nos invita a creer en
Cristo resucitado, uno con el Padre y el Espíritu, Dios bendito por los siglos,
a quien el Padre ha enviado para que le haga presente a los hombres y que así
puedan encontrar la salvación, entrando en comunión con él, en su Reino. El
Señor nos invita a confiar en su promesa de vida, que supera infinitamente nuestra
precaria condición miserable. Su casa es amplia. Nos ha anunciado vida y ahora
va a prepararnos acogida.
El Señor quiere pacificar el alma de los
discípulos ante la inminencia de la despedida, de la cruz, y para eso fortalece
su fe y su esperanza en la promesa. Deberán apoyarse en las palabras de Cristo
y en sus señales, que testifican la presencia del Padre. También los que le
sigan y permanezcan unidos a Cristo, lo estarán con el Padre, presente en sus
obras. La obra de Cristo es por tanto, que a través de la fe, sus elegidos
puedan recibir su Espíritu, sean testigos suyos y continúen su misión en el
mundo, de llevar a los hombres a la unión con Dios.
Por la fe, la vida del cristiano se
edifica en Cristo, que es la piedra angular, y de él recibe consistencia, siendo
el mismo constituido en piedra viva del edificio, incorporado al templo, al
sacerdocio y al pueblo en su Reino, en la casa del Padre. En este templo se
ofrece un culto agradable a Dios por el amor y por la proclamación de sus
maravillas. El cristiano forma parte de Cristo, siendo miembro de su cuerpo que
es la Iglesia. Cristo da trabazón al edificio que se eleva hasta Dios, y en él es
introducido, formando una asamblea santa, un pueblo sacerdotal llamado a
invitar a los hombres a apoyarse en Cristo y a realizar sus obras.
Las obras de Cristo son señales que
conducen a él, y se reproducen en quienes a él se incorporan, por cuanto han
sido unidos a su misión, de suscitar la fe, para completar la edificación del
templo espiritual, la asamblea santa, y el pueblo sacerdotal. En la espera de
Cristo se nos confía la misión, por la que el mundo verá al Padre presente en
Cristo, y a Cristo en su Iglesia.
Que así sea.
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