Domingo 1º de Adviento A

 Domingo 1º de Adviento A 

(Is 2, 1-5; Rom 13, 11-14; Mt 24, 37-44). 

Queridos hermanos: 

          En este primer domingo de Adviento, la liturgia de la Palabra nos llama a la vigilancia, en la esperanza de la venida del Señor, a quién hemos conocido por la fe y a quien amamos, por la obra de salvación que ha realizado en favor nuestro: Él, nos amó primero. El que ama, espera, y el que espera, vela.

          En efecto, el velar del que habla el Evangelio no consiste en un mero privarse del sueño, sino en la vigilancia de un corazón que ama, como dice la esposa del Cantar de los Cantares: “Yo dormía pero mi corazón velaba” (Ct 5, 2). El corazón que vigila en el amor, escucha la voz del amado y le reconoce para abrirle al instante, en cuanto llega y llama: Por eso añade: “Ábreme”. “Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame al instante le abran” (Lc 12, 35s). Y también: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20).

          El siervo que vigila está en la voluntad de su Señor. El sueño es imagen de la muerte y la muerte es consecuencia del pecado. Por eso velar, es caminar en la luz del Señor que es Amor, y es amar: Yo dormía, pero mi corazón amaba y por eso, la voz de mi amado oí.

          Cuando venga el Señor, sólo quién lo ama lo reconocerá; sólo quién vela lo acogerá: “Dichosos los siervos a quiénes el señor al venir encuentre despiertos, en pie, en gracia: “yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. Como en la Eucaristía; banquete de las bodas con el Señor.

          San Pablo, hace una llamada a la sobriedad, de modo que también el cuerpo vigile y ayude a la vigilancia del corazón. La sobriedad del cuerpo mantiene vigilante el espíritu. Cuando viene a menos el deseo del Señor, nuestro corazón se enreda en los afectos terrenos de las cosas y de las personas y se va instalando en lo que es de por sí caduco; y como consecuencia se va corrompiendo con los goces inmediatos, que como no sacian, exigen cada vez más satisfacción, en un vano intento de plenitud que nunca se alcanza. 

          Con esta perspectiva, el cristiano puede tener la cabeza erguida y asociarse a la invocación que, según el Apocalip­sis, es el suspiro más profundo que el Espíritu Santo ha suscitado en la historia: "El Espíritu y la novia dicen: ¡Ven!" (Ap 22,17). Esta es la invitación final del Apoca­lipsis (22,17.20) y del Nuevo Testamento: "Y el que lo oiga diga: ¡Ven! Y el que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratis agua de vida... ¡Ven, Señor Jesús!”

                                         (JUAN PABLO II Catequesis del 3-7-1991.) 

          Proclamemos juntos nuestra fe.

                                                                     www.jesusbayarri.com

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