SALMO 13
(12)
Clamor confiado
¿Hasta cuándo, Señor? ¿Me olvidarás para siempre?
¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro?
¿Hasta cuándo andaré angustiado,
con el corazón en un puño día y noche?
¿Hasta cuándo me someterá el enemigo?
¡Mira, respóndeme, Señor Dios mío!
Da luz a mis ojos, no me duerma en la muerte,
no diga mi enemigo: «¡Le he podido!»,
no se alegre mi adversario al verme vacilar.
Pues yo confío en tu amor,
en tu salvación goza mi corazón.
¡Al Señor cantaré por el bien que me ha hecho,
tañeré en honor del Señor, el Altísimo!
Salmo
de oración lastimera y confiada en la calamidad y la persecución, con el
recuerdo de la acción salvadora del Señor. El salmista clama con la urgencia
que provoca la cercanía de la muerte, desde una debilidad extrema, quizá en su
enfermedad grave, en la que la lejanía de Dios provoca el mayor de los sufrimientos,
ante la acusación del enemigo, que trata de oscurecer la misericordia divina
sobre sus pecados, hasta el punto de hacerle vacilar en su fe y en la esperanza.
Aceptada
largamente la corrección con humildad, implora del Señor su piedad con ansiedad,
rechazando la posibilidad de un abandono eterno por parte de Dios, que le hace
clamar con la insistencia de la paciencia que denota esperanza. Dice el Evangelio
que: “Dios hará justicia, pronto, a sus
elegidos que están clamando a él día y noche, y les hace esperar” (Lc 18, 7).
Cuando
en su corrección, el Señor se oculta al alma del creyente, la vida, y el mundo quedan
privados de sentido, el sol pierde su resplandor, se entenebrece la existencia,
se apaga la luz de los ojos y no hay alegría posible que pueda mitigar el
sufrimiento de una ausencia, que se transforma en tristeza aterradora y noche
oscura, que sólo la luz de su rostro puede desvanecer.
Se
puede hacer una lectura espiritual del salmo, en la que el orante, abatido por
una debilidad moral que lo somete, haciéndolo desesperar de su liberación ante
un desenlace fatal y definitivo, en su angustia, no cede con desesperación a la
acusación despiadada del enemigo, sino que eleva su corazón dolorido, en
oración, al Señor de las misericordias. Humillado y contrito ante el Señor,
ansía contemplar su rostro favorable y compadecido, para cantarle con júbilo y
gratitud.
El
grito de Cristo en la cruz parafraseando el salmo 22, puede también
vislumbrarse en este salmo: “¿Me olvidarás para siempre?” Mientras el salmista
espera y suplica una salvación también para esta vida, Cristo sabe que debe
entrar en la muerte para de ella hacer surgir vida y arrebatar a los pobres
sometidos, de la esclavitud del diablo. La angustia inicial se cambia en certeza
de esperanza y canto gozoso de alabanza, en virtud de la invocación del nombre
del Señor. La oscuridad que cubría toda la tierra se ha vuelto clara como el
día ante la luz pascual de la fe.
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