Domingo 2º de Pascua A
(Hch 2, 42-47;
1P 1, 3-9; Jn 20, 19-31)
Queridos hermanos:
Esta es una palabra llena de contenido. Después de la
aparición a María Magdalena, a Pedro y a los de Emaús, la palabra presenta hoy
los primeros encuentros de los apóstoles con Cristo resucitado, en los que
reciben el Espíritu Santo y son enviados a la misión con el poder de perdonar
los pecados.
La
primera lectura nos presenta la vida de la comunidad cristiana unida en el
amor: “con todo el corazón, con toda la mente y con todos sus bienes” y unida a
los apóstoles en la enseñanza, en la liturgia, en la oración en común, y en la
caridad, en espera de la manifestación final de la salvación, que han recibido
por la fe en Cristo, como dice san Pedro en la segunda lectura.
Los
discípulos han sido incorporados a la comunión del Padre y el Hijo en el
Espíritu Santo, recibiendo el don de la paz ratificado tres veces por el Señor,
y la alegría; reciben el envío del Señor, y el “munus” de Cristo para perdonar
los pecados, y a través de la profesión de Tomás, son fortalecidos en una fe
que no necesita apoyarse en los sentidos, sino en el testimonio interior del
Espíritu. En efecto, Tomás ha visto a un hombre y ha confesado a Dios, como
observa san Agustín, cosa que no pueden producir los sentidos sino el corazón
creyente que ha recibido el Espíritu Santo. Las heridas gloriosas de Cristo
sanan las de nuestra incredulidad. Esta es la finalidad para la que se ha
escrito el Evangelio, como dice san Juan: para ayudarnos a creer y que por la
fe recibamos Vida Eterna.
Lo
que los discípulos han recibido de la boca del Señor, lo tendrán que transmitir
a quienes sin haberlo visto, creerán en su testimonio y en la predicación, para
que la salvación alcance hasta los confines de la tierra.
La
obra de Cristo en nosotros, comenzando por suscitarnos la fe, darnos vida por
el Espíritu Santo, y trasmitirnos la Paz y la alegría, se completa al
constituirnos después en portadores del amor de Dios en el perdón de los
pecados.
Cristo
ha sido enviado por el Padre para testificar su amor y para que a través del
Espíritu recibiéramos la vida, nueva para nosotros y eterna en Dios, de
comunión en el amor: “Un solo corazón, una sola alma en los que se comparte
todo lo que se es, y todo lo que se posee. Así, visibilizando el amor
testificamos la Verdad de Dios y el mundo es evangelizado y salvado por el
perdón que la Iglesia administra a través de nosotros a nuestros semejantes.
Proclamemos juntos nuestra fe.
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