La Pascua de las Pascuas.

La Pascua de las Pascuas

El paso de Dios por la existencia es siempre un acontecimiento vital de salvación. La Pascua de Cristo, por tanto, no es solamente resurrección, sino muerte y resurrección. No hay que olvidar la componente o la característica pascual de la muerte, ya que la Pascua es la respuesta divina a la "muerte sin remedio" del hombre por causa del pecado, que sólo Cristo llevará a pleno cumplimiento en la cruz, destruyéndola, perdonando el pecado. 
Todas las otras "pascuas" que aparecen en la Escritura, no son sino figuras de la única y definitiva Pascua de Cristo.
Podemos hablar, por tanto, de la pascua de la creación, en la que Dios sacó la luz de las tinieblas, el cosmos del caos y el universo de la nada. Podemos hablar de la Pascua del Señor, con su paso por la muerte y la esclavitud de Egipto liberando a Israel, y ver también como Pascua su nuevo éxodo, haciéndolo regresar del destierro de Babilonia. La luz disipó las tinieblas, el mundo fue redimido del caos, Israel de la esclavitud y del destierro.

Nos falta mencionar la pascua de la fe que nos ha presentado la segunda lectura, con la que el hombre acoge, en Abraham, el paso del Señor y recibe una "luz", una vida y una liberación nuevas, mediante el obsequio de su mente y su voluntad a Dios, que se le revela en medio de su muerte existencial, lanzándolo, contra toda esperanza, a la certeza de la resurrección. Abraham no espera que Dios provea un cordero para el sacrificio que evite la muerte de su hijo. Lo que cree Abraham, con la confianza de la fe, como dice San Pablo, es que "poderoso es Dios para resucitarlo de la muerte". Por eso, Abraham ha visto "el Día" de Cristo, como dijo Jesús a los judíos, que es la Resurrección de los muertos. 

La bendición y la promesa de Dios a la fe y la obediencia de Abraham: "Por haber hecho esto, por no haberme negado tu hijo, tú único," tienen una dimensión de eternidad que trasciende con mucho esta vida y su bienestar personal, para alcanzar a "todas las naciones" en su descendencia: ¡Cristo! 

Nuestro problema es precisamente este: Queremos una bendición de Dios por nuestra fe, aquí y ahora, para este mundo, totalmente carnal y de bienestar al estilo de Esaú; y despreciamos a Cristo y su promesa trascendente de salvación, que pasa por la cruz de la precariedad y el sufrimiento inherentes al amor: Nos quejamos continuamente de que Dios no resuelve nuestros problemas económicos, nuestros achaques y enfermedades, a nosotros que le "servimos" y decimos que le amamos. Esto no lo hizo Abraham.

"Yo te colmaré de bendiciones (dice el Señor), y acrecentaré muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena de la playa, y se adueñará tu descendencia de las ciudades de tus enemigos. Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago de haber obedecido tú mi voz."

Abraham nos contempla esta noche colmado de bendiciones eternamente, a nosotros que hemos sido alcanzados por la bendición de su fe y somos numerosos como las estrellas del cielo o las arenas de la playa.


Allí donde nosotros levantamos la cerviz ante Dios, pecando. Él se humilla para salvarnos.

Donde nosotros buscamos sólo nuestro placer, Dios acepta la cruz y la ignominia.

Esto se llama amor. 

En esta noche el Señor nos ha reunido aquí, para darnos a gustar su amor, para que sea  su amor quien guíe nuestra vida, de forma que cuando pase este mundo, se disuelva la fe y la esperanza ya no tenga ningún objeto, sea el amor el que nos sostenga eternamente en su presencia.

¡Cristo ha resucitado y con su claridad ilumina al pueblo rescatado con su sangre!

¡La trampa se rompió y escapamos!
¡Adán se ha desembarazado de su culpa!

La vida ya no volverá a ser lo que era, porque la muerte fatal ha sido aniquilada.

No busquéis entre los muertos al que vive para siempre. Buscadlo en el testimonio de la misión:        "Mirad cómo se aman" dirá asombrado el mundo si ve en nosotros un solo corazón y una sola alma.

Rompamos las cadenas del odio y la opresión y amemos sinceramente a nuestros enemigos. Disolvamos el mal del mundo asumiéndolo sobre nosotros como ha hecho el Señor, pues para eso nos ha dado su espíritu haciéndonos también a nosotros hijos de su Padre celestial.

Este es su mandamiento: Que nos amemos los unos a los otros como Él nos amó, y en esto conocerán todos que somos sus discípulos: Si nos tenemos amor los unos a los otros.

¡Cristo ha resucitado, verdaderamente!
¡Feliz Pascua!
                                                      www.jesusbayarri.com

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