Tiempos de crisis

TIEMPOS DE CRISIS

     Ante el suicidio demográfico de la envejecida Europa, la invasión irreversible de una sociedad que ha apostatado de Dios, perdiendo también la fe en sí misma y el liderazgo secular de la civilización que contribuyó a crear y a la que dio origen entre luces y sombras a lo largo de la historia, ha tomado características alarmantes y trágicas consecuencias, agravadas por la guerra asimétrica a que está siendo sometida, y que está llevando los logros de su recién nacida unión hacia un despeñadero que puede disolverla.

    Ahora se encuentra sumida en un relativismo más propio de la barbarie, que de la grandiosa cultura e inigualable gloria a las que la elevaron sus preclaros hijos a lo largo de los siglos. Con su auto inmolación en aras de la ideología emergente, en un neopaganismo con pretensiones progresistas, Europa se precipita a un anonadamiento atroz. La ideología actualmente dominante, ha eclosionado una vez más de la semilla diabólica del gnosticismo secular, hidra longeva como su padre, camaleónica en el devenir de la historia y cuya cristofobia visceral aparece ahora travestida de, laicismo, pluralismo, tolerancia y racionalidad.  

      Si no existe la Verdad absoluta, sino verdades, tampoco existen el Bien y el Mal, ni la Justicia, cada cual tiene la suya propia y su moral particular. Tampoco existen el Derecho ni la Ley, sino tantos derechos y leyes como sociedades, grupos y personas viven sobre la Tierra. La Justicia se transforma entonces en el poder del más fuerte, en la dictadura de la mayoría, o en el contubernio de las minorías, lo que equivale a la hipoteca de la justicia por el interés. Entonces, alienada la dignidad de la razón, se exalta el consenso, la incongruencia se traviste de pluralidad, la equidad de tolerancia, y se da carta de ciudadanía a la subversión de los valores. Se cae en la barbarie y se regresa a la ley de la selva.

      En medio de la injusticia social reinante, el desempleo, los abusos de poder y la corrupción generalizada, surgen la delincuencia y el crimen como hongos en medio de esta sociedad enferma, sin que nadie se preocupe seriamente de ponerle remedio atacando el problema de raíz. Como dijo el Papa Pablo VI: Si quieres paz, trabaja por la justicia. Mientras tanto los partidos siguen con su eterna cacofonía, vociferando en las campañas electorales las mismas promesas vacías de siempre, y es que cuando una sociedad, abandonando las creencias y la fe que la elevaron moralmente y la enriquecieron espiritual y culturalmente se vende a las exigencias de las masas, en lugar de conducirlas con la fuerza creadora de los valores, ansiosa sólo del poder y el respaldo de la mayoría, comienza la decadencia de sus instituciones y sólo podrá ser gobernada por la fuerza o la represión, que la conducirán inevitablemente al colapso, a la fractura y al desmembramiento consecuentes.

      Les guste o no a los advenedizos de Bruselas, la denominación Europa, aparece hacia el siglo XV, en sustitución de los términos "Cristiandad", Universitas o Res Pública Christiana, que caracterizaba su esencia a través de los siglos. Hay quien considera que el nacimiento mismo de Europa se remonta a la separación jurídica entre la Iglesia y el Estado, avenida con la libertad de culto concedida a la Iglesia por los emperadores Constantino y Licinio en el 313, generalizando la concedida en oriente por Galerio el 311 con el edicto de Sárdica[1]. Al estilo de "los nuevos ricos romanos que habían creado una historia nacional, que, a pesar de ser ficticia, satisfacía su orgullo", así los de "Bruselas" -por no decir Estrasburgo-, han querido inventarse una Europa de acuerdo a su ideología, poniendo en evidencia su condición de advenedizos.

      El cristianismo aportó a Europa y a toda la civilización occidental la concepción fundamental de la "dignidad humana" y el respeto a la individualidad: Mediante la encarnación de su Hijo y la redención de Cristo, Dios confiere al ser humano una dignidad que no le hubiese sido posible conseguir por sí mismo al margen de la fe católica. Cada cristiano está llamado a desempeñar una misión en el mundo; tiene un destino singular recibido de Dios.[2] Prescindir de sus raíces conduce inevitablemente a la aniquilación del árbol, del que todos pueden hacer leña, convirtiéndolo en pasto del fuego.

      El ser humano unido al amoroso designio de su creador, puede lanzarse pletórico de gozo, a crecer, multiplicarse, llenar la tierra y someterla,  al anuncio de la Buena Nueva de su Señor Jesucristo y a la edificación de un mundo grato a sus ojos en el que habite la justicia y se promuevan la Paz y el bien común de todos los pueblos, mientras camina hacia la meta de su destino glorioso y perdurable en el Reino De Dios.

                                                            www.jesusbayarri.com







[1] Cf. Luis Suárez, "Raíces cristianas de Europa" Ed. Palabra S. A. 1986
[2] Cf. Weigel G. “Política sin Dios” Cristiandad, Madrid 2006, pp 107-114

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