Tiempos de crisis II
(Raíces cristianas de Europa)
No ignoro aquello de:
"Nunca segundas partes fueron buenas", pero aún a riesgo de
repetirme, no quiero dejar pasar la pequeña onda que haya podido provocar en el
"estero" europeo la piedrecita lanzada apenas "ayer".
Siento a aquel político tristemente célebre que no quiero mencionar, susurrarme
al oído que, "la mejor forma de guardar un secreto, en España, es publicar
un libro", pero quizá unas pocas líneas tengan la virtud de contribuir a
romper el encantamiento.
En 1986 se publicó el
libro de Luis Suárez: "Raíces cristianas de Europa" que recomiendo
encarecidamente, con la esperanza de remover de sus páginas el polvo del tiempo
y del olvido, y dados los derroteros actuales por los que Europa está siendo
conducida a la deriva, por ideologías espurias, por la incultura imperante y el
anti cristianismo dominante, me he permitido esta minúscula reseña, que pueda
al menos crear algún interrogante en los más jóvenes y en tantos otros,
programada y sistemáticamente desinformados.
He leído en alguna parte que en el origen de la cultura está el culto, y el análisis me parece
acertado y profundo, y como dijo Christofer Dawson: El factor espiritual y
religioso es el alma de toda verdadera cultura. A mí personalmente me gusta
afirmar que cultura provenga de cultivo, o si se prefiere, cultivo de cultura,
en el sentido que muchas tradiciones y costumbres proceden de la constante
elaboración de ideas que ya hace mucho dejaron de ser originales y privadas,
para cristalizar como patrimonio de pueblos distintos que se han ido cultivando
unos a otros, aportándose mutuamente el humus de su sabiduría y civilización,
que el tiempo se encarga de ir sedimentando en estratos seculares.
Las culturas, pues, como
adecuación de la conducta de un pueblo a un orden de valores, evidencia la
desigualdad entre ellas, dependientes como son de su ética particular y de su
moral consecuente, por la que ambas realidades condicionan no sólo la cualidad
sino también la salud de una sociedad, que en el devenir de la historia puede
experimentar el progreso, la decadencia, y la extinción, o la absorción por
otras emergentes, como ha ocurrido generalmente en el desmoronarse de los
imperios, cuyas causas últimas no han sido comúnmente externas, sino debido
sobre todo a la corrupción y la depravación de su inmoralidad. No hay
comparación posible entre una cultura de sacrificios humanos y una que promueva
el amor a los enemigos. Ya el profeta Isaías, unos 750 años antes de nuestra
era escribe: "El Señor estraga la tierra, la despuebla, trastorna su
superficie y dispersa a sus habitantes: al pueblo y al sacerdote, al siervo y
al señor; al que compra y al que vende; devastada y saqueada será la tierra
profanada por sus habitantes, que traspasaron las leyes, violaron el precepto y
rompieron la alianza eterna. Una maldición ha devorado la tierra por culpa de
quienes la habitan"[1].
Cuando se pierden los valores se resiente la moral y se produce la crisis
de la sociedad. El cisma de su alma había dicho Toynbee.
La cultura cristiana que
incorpora a la sociedad el cristianismo, eleva a la naturaleza humana a su más
alta dignidad, al llevar el concepto bíblico del hombre a su plenitud, por la
Encarnación del Hijo de Dios en Jesucristo, Dios verdadero que irrumpe en la
historia para la redención del mundo. Esta revelación de Dios como creador, y
sobre todo como amor redentor, es la Verdad que hace al hombre libre, llevando
a plenitud su "imagen y
semejanza", viviendo en el amor, para la edificación de un mundo mejor,
sin pretender con ello una salvación del hombre sólo para este mundo. La
verdadera ciencia, será por tanto, la que busca en la naturaleza el reflejo de
la Verdad que procede del amor de Dios. El cosmos físico y el universo moral
generados por este mismo ADN, no serán nunca antagónicos, sino que estarán
entrelazados como el cuerpo y el espíritu, la Revelación y la razón.
Todo desorden en el ámbito
moral de la libertad, repercutirá en el orden físico de lo necesario; en la
naturaleza, según aquello de San Pablo: "La creación, en efecto, fue
sometida, en la esperanza de ser liberada de la esclavitud de la corrupción
para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios." Libertad,
hace referencia a la superación de la esclavitud consecuencia del pecado y hace
elevarse a la condición humana, según aquella expresión de Ortega y Gasset:
Progresar es crecer más que acumular.
En medio del pesimismo
pagano del destino fatal, en el que el hombre preso en su carne y en un cosmos
infranqueable deambulaba en su breve existencia, las corrientes filosóficas del momento compartieron el
materialismo del que bebería después Marx, y que reducía las expectativas
humanas a lo útil, como sucedáneo del bien y el mal, haciendo al hombre esclavo
de su destino fatal, que debía asumir estoicamente. El cristianismo, como
plenitud de la revelación de un Dios que acontece en la historia y llama al ser
humano a la trascendencia de la comunión con él, abre al mundo pagano caminos
de libertad, redimiéndolo de su autodeterminación de independencia y
rescatándolo de su prevaricación.
La buena
noticia cristiana; el Evangelio de la regeneración del hombre y del cosmos por
el perdón del pecado en Jesucristo, deberá, por tanto, ser propagada al mundo
entero, incorporando a los hombres al Reino de Dios, cuya plenitud trascenderá
este mundo, separándose así del sincretismo religioso del imperio y oponiéndose
totalmente al helenismo, sin despreciar, con todo, sus métodos científicos,
aunque sometido en todo a las verdades de la Fe.
Lo europeo no aparecerá
como denominación hasta los siglos VII y VIII, con componentes culturales procedentes del
cristianismo, pero la denominación Europa, lo hará solamente hacia el siglo XV,
en sustitución del término "Cristiandad", considerando que el
nacimiento mismo de Europa se remonta a la separación jurídica entre la Iglesia
y el Estado, avenida con la libertad de culto concedida a la Iglesia por los
emperadores en el 313.[2]
En la gran reflexión
teológica de los siglos XI al XIV todo pecado es considerado social y daña la
creación entera. La vida del hombre puede ser progreso (hacia la libertad de
los hijos de Dios) o regresión (hacia la animalidad del instinto). Decía
Herbert Feiss en "El imperio de los demonios", que el hombre se realiza
mediante la belleza, el orden y el amor. Cuando estos valores vienen a menos su
progreso se detiene y comienza su regresión como ha sucedido con la Europa que
fue maestra del mundo.
Invadida por su enemigo
secular y despreciando toda ayuda trascendente, sus carcomidas defensas
amenazan desmoronarse sobre su envejecida población, incapaz de resistir, esta
vez sí, a la invasión, de hecho, de las nuevas hordas del sur, preocupada como
está en contar sus monedas, más que en proveer de flechas su carcaj.
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