Martes 7º del TO
Mc 9, 30-37
Queridos hermanos:
La palabra de hoy es una exhortación al amor como la de ayer lo fue a la fe. Se trata de tener la vida divina en nosotros, lo cual supone un cambio de mentalidad, más aún, de naturaleza. Encontrar el tesoro escondido es descubrir que la vida plena está en amar a Cristo y a los demás. Desgraciadamente somos pobres en amor y esclavos del propio bienestar.
Toda la vida de Cristo ha sido un
servicio de amor y entrega a la voluntad del Padre, que ha alcanzado su
plenitud en la cruz. Recibir a Cristo es recibir su espíritu; acoger el amor
del Padre que nos ha entregado a su Hijo, como verdad y vida nuestra. La
experiencia de este amor libera de la esclavitud que nos obliga a buscarnos en
todo a nosotros mismos por el miedo a no ser, consecuencia del pecado. Lo vemos
claramente en Nietzsche, cuando en su obra “Así hablaba Zaratustra”,
opone a los valores evangélicos, la «voluntad de poder», encarnada por el
superhombre, el hombre de la «gran salud», que quiere alzarse, no abajarse.
Este pobre “obseso”, se sintió en el deber de combatir ferozmente el
cristianismo, reo en su opinión, de haber introducido en el mundo el «cáncer»
de la humildad y de la renuncia.
Cristo, al contrario que la soberbia
del diablo, ha querido ser manifestado en los pequeños y él mismo se ha hecho
el último y el servidor de todos, de manera que un discípulo que se hace
pequeño, hace posible a quien le acoge en nombre de Cristo, acoger a Dios mismo
que lo ha enviado. Si uno actúa con poder y prepotencia no hace presente a
Cristo, sino al diablo. Por eso, los discípulos que van a ser enviados, deben
hacerse pequeños, como niños, en bien de quienes los acojan en nombre de
Cristo. Los discípulos, como también nosotros, deben ser amaestrados frente al
escándalo de la cruz y capacitados para acoger el amor que derramará sobre
ellos el Espíritu, haciendo posible en ellos el desprecio del mundo y sus
concupiscencias.
El primero en el Reino, el más
importante, será aquel que aquí servirá más perfectamente; el que más se
asemejará al Hijo del hombre que dará su vida. En el Reino, la primacía es el
amor y por tanto el que más sirve en este mundo poniéndose a los pies de todos,
tendrá allí más importancia y preeminencia.
A través de la Eucaristía podemos
entrar en comunión de servicio y de amor con el Señor.
Que así sea.
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