Viernes 7º de Pascua

Viernes 7º de Pascua

(Hch 25, 13-21; Jn 21, 15-19)

Queridos hermanos:

          Hoy, el Evangelio nos habla del seguimiento de Cristo y del ministerio de servicio a los hermanos, que siempre van unidos, pero ambas cosas deben ser fruto del amor firmemente ratificado, como lo han sido también nuestras infidelidades, desobediencias y pecados. El amor, en el Evangelio de hoy, es más bien una oferta a Pedro que la confesión de una propia disposición que ya conoce el Señor, ya que lo precede la triple negación: Simón, ¿estás dispuesto a aceptar amarme más que estos, ya que te he perdonado más? Lo que quiero confiarte requiere de un amor mayor, que esté por encima del de los demás. Dímelo también por tres veces, como triple fue también tu negación.

          Después de su confesión le será especificado que, su amor consistirá en gastar su vida en cuidar las ovejas, en procurar su salvación, y por último seguirlo hasta recibir la corona de su amor con la efusión de su sangre. No hay amor más grande, ni gracia mayor, y la recibirán también los demás apóstoles, de una u otra forma. A mayor cercanía a Cristo, mayor semejanza con él en su entrega.

La palabra de hoy nos sitúa a nosotros que estamos aquí como respuesta a una llamada personal a seguir a Cristo. Dice el Señor a Pedro, sígueme, después de anunciarle que será llevado a la muerte por voluntad de otro, como fue llevado Cristo. Ambos en la libertad del amor que se entrega voluntariamente, pero bajo la decisión de otro. No pertenece a la voluntad del hombre decidir el momento y la forma de su renuncia a sí mismo y de su muerte, pero si, el aceptarlos de la mano de Dios por el medio que sea. Quien así pone su vida en las manos del Señor, puede recibir la misión de apacentar un pueblo, aunque sea de una sola oveja: ¿Me amas más que a tu padre, a tu madre, más que al afecto de una mujer y de unos hijos, más que a tu propia vida?, ¡pues sígueme!

          También hemos escuchado la misión que le es encomendada a Pedro de vivir para los demás, después de su profesión de amor a Cristo, que le lleva a someterse a su voluntad mediante la fe. Como le decía el Señor a la Madre Teresa: “Quiero esto, de ti; ¿me lo negarás?” 

Que la eucaristía nos una cada vez más firmemente a Cristo en su seguimiento y en la entrega a nuestros hermanos.

  Así sea.

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