Sábdo 18º del TO

 Sábado 18º del TO

Mt 17, 14-20

 Queridos hermanos:

         Hoy la palabra es muy existencial y nos pone frente a la fe y a la oración, y en el paralelo de Lucas, además ante el ayuno. Lo que cree la fe, lo alcanza la oración con el ayuno.

Todo es posible para Dios y alcanzable para quien se apoya en él de todo corazón. La fe como don de Dios y la Palabra, lo pueden todo, pero el problema está en descubrir qué hay en nuestro corazón que es impedimento para que nuestra fe progrese, se desarrolle y de fruto, o qué carencia hace infecundas las semillas depositadas en nosotros por Dios. Dice el Señor: ”Yo quiero misericordia; gustad y ved qué bueno es el Señor; nadie puede venir a mí si el Padre no lo atrae.

El Padre nos atrae a Cristo con sus palabras y sus mandamientos, pero si las dejamos pasar sin acogerlas entrañablemente, quedan infecundas, y nosotros ignorantes de la bondad de Dios y sin amor. Además debemos descubrir si el Señor es nuestra delicia, o nuestro corazón sigue deleitándose con las cosas y las personas, pretendiendo compartir nuestro amor a Dios con los ídolos. Reconocemos que el Señor es Dios, pero no es aún nuestro único Señor, y el Señor ha dicho: “No tendrás otros dioses junto a mí”

Si falta la fe, la relación con Dios es perversa y sólo busca instrumentalizar la religión carnalmente, en provecho propio. Es pues, un problema de la actitud profunda de nuestro corazón. Los signos y la predicación de Cristo no alcanzaron el corazón del pueblo, que no estaba en Dios sino en su propia complacencia. Ni amaba, ni servía a Dios. Este es el caso del padre del endemoniado epiléptico, al que Cristo quiere sacar de la incredulidad y llevarlo a la fe que puede salvarlo.

También la fe de los apóstoles es débil e imperfecta y no puede con ciertos demonios. Recordemos que el Señor los ha llamado y los lleva consigo para formarlos, y hacer de ellos verdaderos discípulos. Para eso deberán madurar en su relación con Dios a través de la oración a semejanza del Maestro; deberán profundizar en su abandono a Cristo. Las palabras, las obras y las actitudes de Cristo irán suavizando su rudeza, hasta que el Espíritu Santo al venir sobre ellos las grave a fuego en sus corazones por el amor.

Cristo experimenta su impotencia frente a la incredulidad de los judíos una vez más, y lanza una exclamación que es más un gemido: “¡Generación incrédula!, ¡y perversa!, añadirá Lucas. ¿Hasta cuándo estaré con vosotros y habré de soportaros?”

Nosotros podemos aplicarnos perfectamente esta palabra. Hemos creído, pero nuestro creer debe madurar y perseverar en la prueba hasta la fidelidad; ahora es quizá todavía inoperante, como la de aquellos judíos “que habían creído”, y a los que Jesús llama hijos del diablo (Jn 8, 48). Quizá también nuestro corazón está todavía lleno de nosotros mismos y ajeno al Señor. Nuestra fe, como la de Abrahán, tendrá que recorrer un largo camino de maduración para ser probada y poder dar frutos de vida eterna.

Dios es amor y el amor se queja cuando es desdeñado por un corazón incrédulo, pero no puede forzar su libertad, que hará posible el amor cuando la fe madure, y haga que el hombre se niegue a sí mismo y viva para Dios y para el prójimo.

¡Misericordia quiero, yo quiero amor, conocimiento de Dios! Que la Eucaristía nos vaya introduciendo en el corazón de Cristo, a través de la fe.

             Que así sea.

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