Domingo 21º del TO A
(Is 22, 19-23; Rm 11, 33-36; Mt 16, 13-20)
Queridos hermanos:
El evangelista, consciente de la
centralidad de este acontecimiento, se esmera en situarlo exactamente. Para
eso, comienza el capítulo 17 del Evangelio según san Mateo, mostrándonos la
Transfiguración en el contexto de la fiesta de las tiendas, situada
inmediatamente después de la confesión de Pedro y entrega del primado, que
tiene lugar seis días antes, y por tanto en el Yom Kippur. La importancia de
esta relación podemos constatarla deteniéndonos a analizar el contenido de esta
fiesta en su celebración judía, en la que el sumo sacerdote pronunciaba el
nombre de Dios solemnemente.
Cristo se reúne con los apóstoles en
Cesarea de Filipo, territorio de paganos, precisamente en el día de la
Expiación como hemos visto antes, y les pregunta: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?, es decir el
Mesías, y después: ¿y vosotros quién
decís que soy yo?, Dios inspira a Pedro la respuesta y dice: “Tú eres el Cristo” (el Mesías), “el Hijo de
Dios vivo”. Con esta confesión de la divinidad de Cristo, el Mesías,
aparece sobre la tierra una realidad nueva, una fe fundamento de un pueblo
nuevo de “verdaderos adoradores” que
Cristo llama “mi Iglesia”. Y Cristo ve en esta elección del Padre sobre Pedro,
la designación de quien en ese nuevo pueblo tendrá la función concreta que
acaba de ejercer inconscientemente. Pedro testifica a Cristo con la boca, en
esta ciudad del Cesar, en Palestina, como después lo testificará con la vida en
la ciudad del Cesar, en Roma, que se convertirá en la sede de Pedro y de sus
sucesores. Las atribuciones del Sumo Sacerdote Simón hijo de Onías (Eclo 50,1),
del mayordomo del palacio de David: Eliaquín (Is 22, 20-22) y del Sumo
sacerdote del Templo: Caifás*, son concedidas a Pedro y sus sucesores por
elección divina y designación de Cristo, en la fundación de la Iglesia, cuyo
fundamento es la fe en: “Cristo, Hijo de
Dios vivo”.
O sea que esta designación de Pedro,
parte de la “decisión insondable de Dios”
como dice la segunda lectura; elección divina que lo impulsa a proclamar el
nombre de Dios, que sólo era lícito proclamar al Sumo Sacerdote, y que revela
el mesianismo y la filiación divina de Cristo, fundamento de una nueva fe, que
será el cimiento de la comunidad mesiánica, escatológica, que comienza a
existir.
Jesús se ha llevado a sus apóstoles a
tierra de paganos, para poner en evidencia la independencia de la Iglesia
frente al Israel de la carne, y su universalidad, abierta a todos los pueblos y
cimentada sobre la confesión de Pedro. Esta Iglesia derribará las puertas del
Hades, de la muerte consecuencia del pecado, del Infierno, porque a ella se
entregan en la persona de Pedro, las llaves del Reino; el poder de atar y
desatar, de perdonar los pecados. Ya no es necesaria la expiación en el Templo
de Jerusalén. La Iglesia puede aplicar en cualquier lugar la expiación de los
pecados que, Cristo, ha realizado en el santuario de su propio cuerpo, y que
Dios ha aceptado resucitándolo de la muerte.
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