Domingo 20º del TO A
(Is 56, 1.6-7; Rm 11, 13-15.29-32; Mt 15, 21-28)
Queridos hermanos:
Aparece la fe como protagonista de esta palabra, pero la fe
de los gentiles, que contrasta con la incredulidad de los “hijos”, que rechazan
el “pan” tirándolo al suelo, donde lo comen los “perritos”. Las profecías de la
llamada universal a todos los hombres al conocimiento de Dios, se cumplen con
la llegada de Cristo. Él, es la casa que Dios se ha construido en el corazón
del hombre “para todos los pueblos”.
Para san Pablo, el endurecimiento de Israel no es sino un
paso intermedio por el cual los gentiles tendrán acceso al Santuario de Dios
por la fe en Cristo. Es la fe lo que les sienta a la mesa y les hace partícipes
del “pan de los hijos”: “Os digo que los sentaré a mi mesa y yendo de uno al
otro les serviré.” “Por eso os digo que vendrán de oriente y occidente y se
sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, mientras vosotros os quedaréis
fuera”. En el camino de búsqueda de las ovejas perdidas, Cristo se
apiada de los “perritos”.
La fe no hace acepción de personas,
naciones ni lenguas, y aunque ha sido enviado “a las ovejas perdidas de la casa de Israel”, hoy Cristo va a la
región de Tiro y Sidón para encontrar la fe de una mujer, como lo hace también
en Sicar para encontrarnos en la samaritana y plantar la semilla del Reino
allende las fronteras de Israel. En efecto, san Agustín ve en ella a la
gentilidad llamada a ser la Iglesia, esposa de Cristo.
Las sobras de los niños sacian a los
“perritos” que las saben apreciar, hasta hacer de ellos “hijos”. La fe de la
madre obtiene para la hija que ni siquiera conoce a Cristo, la garantía de la
curación, como testimonio de la salvación en Cristo, que conduce al
conocimiento de Dios.
Nos es desconocida la llamada con la
que Dios ha motivado a la mujer a la súplica y ha propiciado su encuentro con
Cristo y su consecuente profesión de fe que expulsa al diablo. La iniciación
cristiana de la niña seguirá el proceso inverso al de la madre, como suele
suceder con los hijos de padres cristianos: De la curación gratuita deberá
pasar a la acogida del testimonio de la madre. La gratuidad del amor de Dios
tiene sus propios caminos, pero todos concurren en la salvación de quien los
acoge.
Si hoy nosotros estamos sentados a la
mesa del Reino y comemos del Pan que nos sacia y da la Vida Eterna, es por
acoger el don gratuito de la fe de nuestra madre la Iglesia, que nos hace hijos,
y como en el caso de la samaritana y de la sirofenicia, también nosotros somos invitados a proclamar nuestra fe en Cristo a quienes el Señor ponga junto a
nosotros.
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