Miércoles 3º de Pascua

 Miércoles 3º de Pascua

(Hch 8, 1-8; Jn 6, 35-40)

Queridos hermanos: 

          Después de las primeras apariciones y de los primeros testimonios de la Resurrección, el anuncio del Evangelio y la Iglesia misma, desbordan el ámbito de Jerusalén y se extienden hasta los confines de la tierra, bajo el signo de la cruz, por obra y gracia de la persecución.

Hoy en el Evangelio, Cristo se nos presenta como el pan enviado por Dios, que no cae como el maná, sino que se encarna para dar vida. No sólo es un pan que viene de Dios, sino un pan en el que Dios mismo se da como alimento.»    

Pero este pan de Dios, los judíos no lo han visto caer del cielo, sino surgir de la tierra: «¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?»  Murmuran porque no entienden eso de nacer de lo alto, nacer del Espíritu, y no están dispuestos a aceptar la encarnación de Dios, en un hombre, en un galileo, en un laico, en un irregular, si ni siquiera han podido aceptar nunca el envío profético. Para nosotros, para nuestra generación, no es menor la dificultad ante la encarnación: “Cristo sí, la Iglesia no”, dicen muchos; la Iglesia sí, los curas no; los curas sí, los laicos no. De hecho la mayor parte de las herejías han surgido en torno a la Encarnación. Por eso dice Jesús que el problema consiste en “ver al Hijo” de Dios, en el hijo del carpintero; discernir en Jesús de Nazaret la presencia de Dios, cosa que sólo el Padre puede revelar, “dando” a  Pedro a Cristo: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.” También nosotros mediante la revelación de esta fe, somos “dados” a Cristo, podemos “ir” a Cristo, creer en él, tener vida eterna y ser resucitados el último día.

  Pero hemos escuchado a Cristo que dice: «Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí. Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae;»  El Padre nos atrae hacia Cristo, nos ofrece a Cristo con el don de nuestra fe, pero lo hace con lazos de amor, de libertad, y no de constricción, a los cuales debe responder el libre albedrío de nuestro amor, creyendo; yendo a Cristo. Nuestro corazón debe querer ser atraído hacia Cristo, y aceptar su gracia con el obsequio de nuestra mente y nuestra voluntad, y el Padre que ve los deseos de nuestro corazón, nos lo concederá como dice el salmo: “Sea el Señor tu delicia y él te dará lo que pide tu corazón” (Sal 36,4). «Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día.»

Hoy somos invitados por la Eucaristía a entrar en comunión con la carne de Cristo haciéndonos un solo espíritu con él, que se entrega por la vida del mundo. 

Que así sea.

                                                 www.jesusbayarri.com

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