Miércoles 6º del TO
Mc 8, 22-26
Queridos hermanos:
¡Ay de ti Betsaida! Parece que Cristo ya
no quiere hacer más señales en este lugar, que forma parte del triángulo de
lugares en el extremo norte del lago, agraciados por su presencia y sus signos,
anatematizados por Jesús, por su dureza para convertirse: “¡Ay de ti Corazín, Ay de ti Betsaida, y tú Cafarnaúm!”, pero se
compadece del ciego y lo cura sacándolo fuera del pueblo incrédulo, mandándole además
que no regrese a él. Nos sorprende también la curación progresiva en esta
ocasión, distinta de la de otros ciegos como el de Siloé o el de Jericó, cuya
curación es más rápida, quizá por la mayor fe del ciego, que además es el único
de quien conocemos su nombre.
Jesús toma de la mano al ciego y camina
con él, conduciéndolo hacia su curación por etapas, una unción y dos
imposiciones de manos. Toda una imagen de la iniciación cristiana, que conduce
al hombre en tinieblas, de la mano de Cristo, a quien desconoce, hasta la
visión plena; de las tinieblas a la luz de forma progresiva, tal como hace la
Iglesia con los catecúmenos apartándolos en una comunidad. Ella los presenta a
Cristo, y él los toma a su cuidado, conduciéndolos entre tinieblas, fuera de la
influencia de la masa incrédula, y allí dialoga con ellos, los unge y les
impone las manos y los envía.
Cafarnaúm se hundirá en el lago como signo de la humillación de su soberbia y Carazín desaparecerá del mapa. Las señales realizadas en ellas, reclaman su conversión, como a nosotros los dones recibidos de la misericordia del Señor. La grandeza de nuestra llamada a la comunión con Dios en el Espíritu, es también nuestra responsabilidad de responder con nuestra conversión y nuestro agradecimiento, a su misericordia.
Que así sea.
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