Séptimo día de la octava de Navidad
1Jn 2, 18-21; Jn
1, 1-18
El Evangelio de Juan nos presenta también en su prólogo la
acción misericordiosa de Dios a la que el hombre debe adherirse en este mundo, por
la fe, para alcanzar la plenitud en su diseño amoroso. La tensión se centra
ahora entre la luz y la oscuridad, la mentira, y la Verdad que se ha encarnado
para deshacer las obras del mentiroso y padre de la mentira.
Dios ha manifestado su gloria en la creación a través de
su Palabra, y ahora, haciendo una nueva creación, a través de su Verbo encarnado,
lleno de gracia y de verdad; lleno de misericordia y amor. Allí donde el
mentiroso y padre de la mentira engaño al hombre negándole el amor de Dios, el
Hijo Unigénito que está en el seno del Padre, nos lo ha testificado. Porque: “A Dios nadie le ha visto jamás: pero el Hijo Unigénito, que está en el seno del
Padre, él,
lo ha contado.
Este es el anuncio de los ángeles en
Belén: La gloria de Dios que está en el cielo, es el amor de Dios por
todos los hombres, que quiere complacerse en ellos para darles la Paz. Y gracia sobre gracia. Perdón sobre
perdón, y misericordia sobre misericordia.
Dios nos ama porque es amor, a pesar de que
nosotros nos merezcamos muy a menudo, su rechazo por nuestros pecados. Y ¿por
qué no lo ha hecho? Porque su Hijo, en sintonía total con el Padre, ha dicho: ¡No!,
¡mándame a mí! He aquí el amor de Cristo, que hace exclamar al Padre: “¡Este es
mi Hijo amado en quien me complazco!”; y nos lo ha entregado hecho hombre. Y
hemos hecho con él cuanto hemos querido; clavándolo en una cruz; y él nos ha
disculpado; y el Padre nos ha perdonado, resucitándolo de la muerte. He aquí el
amor del Padre.
Olvidar este amor es nuestra
ingratitud. Despreciar este amor es nuestra perversión. Rechazar este amor es
nuestra necedad, nuestra maldad y nuestro pecado. Sólo cuando reconozcamos
profundamente, tanto nuestra maldad, como el amor de Dios, nos convertiremos de
corazón, acogeremos su misericordia encarnada en Cristo Jesús, seremos
resucitados de la muerte y recibiremos la Paz que nos trae Cristo con su Reino.
Fortalecidos por su Espíritu, bendigamos al Señor que se nos ha manifestado salvador y redentor nuestro, testificándolo con nuestra vida.
Que así sea.
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