Sábado 1º de Adviento
(Is 30, 18-21.23-26; Mt 9, 35-10,1.6-8)
Queridos
hermanos:
«Rogad,
pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.» Pedid que Dios suscite mensajeros a los
que enviar, para pastorear a los que se pierden por falta de cuidado pastoral. Siendo
el Señor quien llama, quien lo puede todo y quien quiere la salvación del
hombre, pide no obstante la oración de los discípulos para que Dios suscite
“operarios” para la mies. Qué grande es la fuerza de la oración y qué
prioritario es en la misión, como en la “pastoral vocacional” el deseo y el
celo evangelizador de los discípulos y de la Iglesia. Dios que lo puede todo y
puede sacar de las piedras hijos de Abrahán, quiere que la salvación se haga a
través de nuestro amor; de la sintonía de nuestro corazón con en suyo. Quiere
salvar al hombre a través del deseo de salvación del hombre, y por eso ha
querido encarnarse él mismo en Cristo, y enviar su Espíritu Santo sobre toda
carne, de forma que sea el amor el que lo guie todo.
Cada carisma de salvación, es sometido
por Dios a la aceptación humana libre y gozosa, de cada pastor y de cada hombre,
como corresponde a un corazón que ama los deseos del Señor. Cristo le decía a
Madre Teresa: Quiero esto de ti… ¿Me lo negarás? El que Cristo enseñe a los
discípulos a orar para que Dios envíe obreros a su mies, es para que cada
discípulo se abra él mismo a la misión, diciendo como Isaías: Heme aquí,
envíame.
La Iglesia tiene el corazón de Cristo: su celo por la oveja perdida, y ese debe ser también el corazón de los pastores, y de cuantos hemos recibido el Espíritu Santo. Cuando Cristo envía a sus discípulos les dice: “Id más bien a las ovejas perdidas.” Es fácil encontrar pastores que se apacienten a sí mismos, que cuidan de su propia oveja, pero hay que pedir a Dios que envíe obreros a su mies; pastores que cuiden de sus ovejas, con especial celo por las descarriadas.
Que así sea.
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