Lunes después de Epifanía (cf. 7 de enero; 3º Dgo. A)
1Jn 3, 22-4,6; Mt 4,12-17.23-25.
Queridos hermanos:
Hoy contemplamos a Jesús comenzar su
ministerio en Galilea, al extremo de la tierra santa de Israel que se abre a
los gentiles, tierra de donde no sale ningún profeta y donde “el pueblo que caminaba entre tinieblas ha
visto una gran luz”. Allí, a la depresión más profunda de la tierra ha
querido bajar Cristo a buscar a los pueblos en otro tiempo olvidados, no sólo
de Galilea, sino a todos los gentiles, para iluminarnos con su luz, inundarnos
con el gozo del Espíritu y liberarnos del yugo y de la carga que nos oprimían.
El Reino de los Cielos
ha irrumpido con Cristo, invitándonos a salir de nuestras prisiones y a
seguirle en la implantación de su señorío en el corazón de los hombres,
arrebatándolos al mar de la muerte con el anzuelo de su cruz. Es el tiempo de
la gracia de la conversión. La ira y la condena del pecado se cambian en
misericordia. Se anuncia la Buena Noticia del Reino, y comienza el tiempo del
cumplimiento de las promesas y la realización de las profecías.
Cristo viene a tomar el
relevo de Juan el Bautista llenando de contenido con la Palabra el eco de la
Voz, completando el bautismo de agua con el fuego del Espíritu Santo. Cuando en
el “hoy” de la cruz se abren las puertas del Reino, a la voz del mensajero se
une la Palabra diciendo: “Recibid el Espíritu Santo”, como dijo en el
principio: “Hágase la luz”, dando así inicio a la nueva creación. El Reino
irrumpe entonces en quien acoge la Palabra, y es bautizado en el Espíritu Santo,
como anunció Juan. El amigo del novio ha dado paso al Esposo y la novia exulta
escuchándolo llamar a su puerta: “Levántate,
amada mía; mira que el invierno ya ha pasado la higuera echa sus yemas y el tiempo
de las canciones ha llegado.”
Si la Antigua Alianza
prescindió del testimonio de los galileos, la Alianza Nueva y Eterna, los
convierte en primicias para las naciones. Esta palabra es para nosotros hoy,
que, también hemos sido llamados personalmente, para anunciar el Nombre que
está sobre todo nombre, y en su poder, proclamar el juicio de la misericordia a
esta generación en tinieblas, para que brille para ellos la gran luz del
Evangelio y sean inundados del gozo de su amor.
Como dice la primera
lectura el que acoge a Cristo, es de Dios; el mundo en cambio lo rechaza y no
escucha sus palabras. El Anticristo comienza a actuar en cuanto Cristo comienza
a manifestarse, y después de su resurrección, se opone y rechaza a sus
discípulos, que saben discernir entre el espíritu de la verdad y el espíritu de
la mentira.
Bajemos con el Señor a Galilea a encontrarnos con él, y que él mismo nos envíe a las naciones. Recibamos el pan de su cuerpo y el vino de su sangre, para que nuestra entrega sea la suya, y anunciando su muerte podamos proclamar su resurrección con la nuestra, y glorifiquemos a Dios con nuestro cuerpo. Que mientras nosotros muramos, el mundo reciba la vida, y que los gentiles, bendigan a Dios por su misericordia.
Que así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario