El cuarto mandamiento
Leemos en el Deuteronomio: «Honra a tu padre y a tu madre,
como te lo ha mandado el Señor tu Dios, para que se prolonguen tus días y seas
feliz en la tierra que Yahvé tu Dios te da (Dt 5, 16). Como sabemos, es el primer mandamiento que lleva
consigo una promesa de larga vida y felicidad, de manera que ya en este mundo
se pueden experimentar sus frutos.
Para los exégetas decir Dios Padre
misericordioso, es como decir Dios Padre y Madre. La vida y la fecundidad
propias de Dios, han sido confiadas al ser humano: hombre y mujer, como punto
de partida de la voluntad de Dios, de “llevar muchos hijos a la gloria”, y así
han venido a ser padre y madre, en orden a formar un pueblo que se va
desarrollando en el amor.
El origen divino de esa paternidad y maternidad humanas, es
lo que las hace acreedoras de la autoridad que Dios les reconoce y por la que
respetarla lleva consigo toda clase de bendiciones, y de maldiciones el despreciarla. De ella deriva también el respeto debido a toda autoridad
legítima, como establecida por Dios.
Por importante que pueda parecer una obra buena, nunca
puede ser motivo suficiente para faltar al mandamiento divino de “honrar al
padre y a la madre”. Todos los preceptos tienen sentido, para quienes
respetamos la autoridad de Dios, que nos ama y quiere nuestro bien y el de
nuestros semejantes. Así es también con este mandamiento.
Según la tradición de Israel, a los padres hay que
honrarlos como al Señor, porque cooperaron con él cuando nos engendró. De la
misma manera, maldecirlos, es como maldecir al Señor. Todo está en relación con
el Señor; con su forma de ser padre y madre para nosotros, y así debe ser
nuestra forma de ser padres o madres, y también de ser hijos.
Honrar a los padres, es pues, en primer lugar cuidarlos: alimentarlos,
vestirlos, pero sobre todo, respetarlos, darles su lugar, y acoger sus sanas palabras:
sus órdenes y sus enseñanzas. Todo lo que hagamos por ellos, nos lo tendrá en
cuenta el Señor como si se lo hiciéramos a él mismo, sabiendo que él ha sido
siempre amor para nosotros, y en comunión con él lo han sido también nuestros
padres. Si los padres han sido y son buenos hijos, también lo serán los suyos
propios. Si han sido fieles a Dios, lo serán sus hijos con ellos.
Como en las demás cosas de la vida, recogemos lo que hemos
sembrado. Por eso el mandamiento dice “honrar”, que es como estar a la altura
de lo que son ellos y en última instancia de Dios, que es el padre de todos y
de quien nosotros recibimos el don de la paternidad y la maternidad, y también
la filiación.
Así lo expresa la Escritura:
El Señor honra más al padre que a los hijos, y
afirma el derecho de la madre sobre ellos. Quien honra a su padre expía sus
pecados, quien respeta a su madre acumula tesoros. Quien honra a su padre
recibirá alegría de sus hijos, y cuando
rece, su oración será escuchada. Quien respeta a su padre tendrá larga vida,
quien obedece al Señor conforta a su madre, y sirve a sus padres como si fueran
sus amos. Honra a tu padre de palabra y obra, para que su bendición llegue
hasta ti. Porque la bendición del padre asegura la casa de sus hijos, y la maldición de la madre arranca los
cimientos. No te gloríes en la deshonra de tu padre, porque su deshonra no es
motivo de gloria. La gloria de un hombre depende de la honra de su padre, y una
madre deshonrada es la vergüenza de los hijos. Hijo, cuida de tu padre en su
vejez, y durante su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza,
sé indulgente con él, no le desprecies, tú que estás en la plenitud de tus
fuerzas. La compasión hacia el padre no será olvidada, te servirá para reparar
tus pecados. En la tribulación el Señor se acordará de ti, y tus pecados se
diluirán como el hielo ante el calor. Quien abandona a su padre es un blasfemo,
maldito del Señor quien irrita a su madre. Honra a tu padre con todo tu
corazón, y no olvides los dolores de tu madre. Recuerda que gracias a ellos has
nacido, ¿cómo les pagarás lo que han hecho por ti?
También en el Evangelio (Mt 15, 4-6), el Señor defiende
este mandamiento de quienes lo olvidan con el pretexto de servirle: “Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre,
y: El que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte. Pero
vosotros decís: El que diga a su padre o a su madre: Lo que de mí podrías
recibir como ayuda es ofrenda, ése no
tendrá que honrar a su padre y a su madre. Así habéis anulado la palabra de
Dios por vuestra tradición.
Finalmente el Evangelio, nos muestra cómo también el Señor estuvo
sujeto a sus padres, mientras vivió en Nazaret.
Que así sea.
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